miércoles, 28 de enero de 2009

La comida del futuro (Capítulo 3: El cazador del yermo)

Chispas de luz revoloteban alrededor del pequeño fuego encendido con trozos de plástico y cuñas de madera sobre el suelo de cemento. Emile estaba acuclillado junto a las llamas intentando asar lo que parecia un trozo de cuero.

-¿Qué es eso? –Le preguntó Frank

-Lo que queda de carne fresca. Quiero quemarla para quitarle el sabor a podrido.

-Oye, Emile ¿crees que podria darme un baño? Llevo semanas sin mojarme con algo que no sea mi sudor.

-Amigo mio, en este mundo ya no queda nada... ni siquiera mierda para ensuciarnos. No hace falta que te bañes.

Rob se acerco al fuego y le preguntó a Frank si le apetecia hacer guardia esa noche con él y con Vanzetti. Le dijo que con Vanzetti se aburria. Era buen tipo, pero no tenia mucha conversación. Frank se quedó extrañado, no sabia por que motivo habia que hacer guardia por las noches, pero se tragó su duda para escupirla mas tarde.

Aceptó.

Subieron por unas oxidadas y destartaladas escaleras hacia lo alto del silo, llegando a una especie de azotea improvisada hecha con tablones de madera y barandillas metálicas. Desde allí tenian una buena vista de todo cuanto rodeaba al silo.

La noche estaba despejada, dejándose ver en el cielo hasta la última estrella del universo y la infinidad de aquella tierra desierta y oscura que en el horizonte se pierde de vista.

Rob saca un cigarro y se echa sobre la barandilla dando grandes caladas. Vanzetti mira al infinito a través de la visera ahumada de su casco, y Frank hace lo mismo intentando localizar algun vestigio de vida en aquel mar de oscuridad. Una luz, un sonido...

-¿Porqué tenemos que hacer guardia? –Frank lanza la pregunta al aire, temiendo la respuesta. Rob se incorpora sin sacarse el cigarro de la boca y le explica.

-Verás, siempre hay gente que intenta no seguir las normas o la moralidad, ni siquiera en esta situación. Quedamos pocos seres humanos, de eso estoy seguro, y aún así, ahí afuera hay alguien que parece querer cazarnos.

En ese momento McFuller se da cuenta de que posiblemente estén solos. Que nadie mas vaya a ayudarles, y si existe alguien en sus cabales morirá a manos de alguna alimaña. Las posibilidades de enmendar el desastroso futuro se derrumban, igual que Frank.

El chico cae de rodillas llorando desconsolado, con las manos cubriéndose el rostro y temblando.

Rob se arrodilla a su lado y le pregunta que le pasa y el chico le dice, entre sollozos, que tiene miedo. Que no le quedan esperanzas y que no quiere vivir en un mundo así. Que se niega a vivir el resto de su vida con temor.

-Frank, nosotros estamos unidos –le dice mientras intenta levantarlo con cuidado- es normal que tengas miedo y que te derrumbes. Nadie estaba preparado para esto... para sea lo que sea lo que haya pasado, pero no estas solo. Tendrás que acostumbrarte, nada más.

El chico sorbe la nariz y se seca las lagrimas a la vez que Vanzetti le pasa un brazo sobre los hombros en intenta animarlo en silencio. Rob continua explicándole.

-Poco despues de lo del hospital, alguien nos atacó durante la noche, mientras dormiamos. No era uno de esos bebés mutantes. Era un tio normal y corriente. Destrozó la cerradura con un explosivo y entró. El muy cabrón llevaba un viejo rifle Winchester con el que le disparó a Emile, pero la bala solo le rozó el costado. Inmediatamente todos nos despertamos y empezamos a buscar a ese tipo por todo el silo. Se había escondido al ver el revuelo.

-¿Era un hombre? Es decir, ¿no tenia ninguna anomalia? –preguntó McFuller absorto en lo que le estaban contando.

-No, nada. Eso es lo que mas miedo me da; que toda esta situación nos esté hundiendo en la misería y que la poca gente que debe quedar prefiera putear a sus iguales en vez de ayudarlos. El ser humano no cambia ni en una situación tan extrema...

-¿Y que ocurrió con ese saqueador? –preguntó McFuller, con interes en conocer aquella historia.

-Lo encontramos justo aquí, donde ahora estamos nosotros. Estaba con una rodilla en tierra y apuntando con el rifle hacia la entrada, esperando al primero que asomara la cabeza para cazarlo sin darle oportunidad –Rob tragó saliva y con los ojos cerrados mencionó un nombre: Benjamin.

Frank le miró con el rostro serio. No conocia a aquel hombre, pero sabia que por el tono de Rob algo malo le habia pasado.

-Era valiente. Demasiado valiente y con demasiado coraje... y tambien su sangre corria demasiado rápido por sus venas. Fué el primero en asomar la cabeza por la trampilla. Nosotros estabamos debajo agarrados a la escalera esperando a que él llegara arriba para que pudiesemos seguir ascendiendo. Cuando Benjamin tenia medio cuerpo fuera oimos un disparo y acto seguido nos empezó a gotear sangre. Los chorros carmesí se deslizaban por su ropa hasta que el cuerpo se desplomó escaleras abajo, arrastrándonos a los demás. Su cara estaba intacta, pero el cogote le habia estallado, le faltaban dientes y parte del labio superior. Era evidente que la bala le entró por la

boca -Rob tira el cigarro al vacio y concluye la historia diciendo que cuando subieron a la azotea para buscar a ese desgraciado ya había desaparecido.

Y ahora, con mas seguridad que nunca, McFuller sabía que estaban solos en aquel mundo muerto.

Mientras ellos hacian guardia durante toda la noche, Emile y Thorsten se colocaban con la cocaína que les quedaba, bebian y escuchaban música en un viejo tocadiscos. En el silencio de la noche, por todo el silo y fuera de este se oía a Nancy Sinatra y su so long babe.

-Emile, ¿sabes que me apetece hacer? –preguntó Thorsten frotandose la nariz fuertemente y con los ojos entrecerrados y rojos.

-Que.

-Comerme al nuevo. Estoy harto de carne en lata.

Emile sonrió y le corrigió -¿solo de carne en lata? Todo está en lata, maldita sea. Podrido o en lata.

Los dos continuaron esnifando y bebiendo chupitos de lo que tuviesen a mano, como si quisieran adentrarse en un mundo nuevo mediante el alcohol y la droga. Pero tal cosa no era así. Ellos no querian evadir el mundo que les habia tocado vivir, no querian engañarse a sí mismos.

Encorvados sobre la vieja y astillada mesa de madera como un par de soldados veteranos recordando mejores tiempos.

Iluminados por una lámpara de petróleo, hablaron sobre los planes para los siguientes dias. Donde irian, qué buscarian.

-Rob me ha dicho que cerca de donde encontraron al chico, entre unos montes, hay una especie de choza... y algo mas lejos un desgüace. A unos cinco kilómetros.

Thorsten levantó la vista de su vaso hacia Emile -supongo que mañana iremos a echar un vistazo.

Durante largo rato hablaron de quien y que podrian encontrar en esos sitios. De que camino seguirian para llegar antes y no exponerse demasiado al sol o a rutas peligrosas. De que armas llevar y que precauciones tomar.

Gasolina, comida, abrigo, semillas... cualquier cosa les vendría bien y casi ninguna mal. Casi.

Siguieron hablando cada vez mas borrachos, hasta que el sueño les venció y allí mismo, echados sobre la mesa, se quedaron dormidos.

Un sol rojo, esperpéntico, comenzó a dejarse ver en el horizonte, trayendo consigo un nuevo e incierto amanecer.

Los rayos solares se reflejaban en el casco de Vanzetti y este dio unas pataditas para despertar a Rob y McFuller, que yacian dormidos en el suelo.

La noche habia transcurrido sin novedad alguna. Sin alteraciones en el silencio perpetuo del desierto.

-¿Estamos cerca? –preguntó Emile a Rob desviando la vista de la carretera para mirarlo a el, que estaba en el asiento trasero del coche entre Frank y Vanzetti. De copiloto estaba Thorsten.

-Creo que si. Allí se ve la casa donde encontramos a Frank. La choza no queda ya muy lejos. Sigue adelante y cuando encuentres un camino sin asfaltar metete en el.

Pasaron junto a la casa, y tanto Vanzetti como Rob se sorprendieron al apreciar ciertas anomalias respecto al dia anterior que estuvieron ahí mismo. Alguien habia sacado varios muebles afuera, junto a la puerta. Un armario, una estanteria, un mueble de cocina, una mesa...

Rob le dijo a Emile que aminorara la velocidad, y cuando el coche estuvo casi detenido encendió con un mechero uno de los cocteles molotov que llevaba a los pies. Acto seguido sacó medio cuerpo por la ventanilla y lanzó el explosivo hacia la puerta abierta de la casa para incendiar el interior de esta. No se detuvieron para ver los resultados, solo continuaron su camino dejando atrás la casa, de cuya puerta y ventanas salia humo negro y alguna que otra llama.

Frank se sorprendió ante la reacción de Rob y se lo dejó bien claro -¿no dijiste que teniamos que ayudarnos entre todos? -le espetó.

Rob se sacudió las manos sin apartar la mirada del espejo retrovisor y ver como la casa ardia cada vez mas -y lo mantengo, chico. Pero eso de sacar los muebles de una casa vacía no me parece racional, al menos en estas circunstancias, y nada que no sea racional es inofensivo –le pasó un brazo por encima rodeandole los hombros y le guiñó un ojo -De todas formas no creo que quien haya hecho eso estuviese aún dentro, de modo que no te sofoques. No vamos a tener tanta suerte.

Los demas permanecieron en silencio.

La choza estaba rodeada de matojos secos y rocas y hecha con tablones de madera toscamente unidos y clavados. A espaldas de esta un gran monte árido y sin vegetación se erguia proyectando su sombra en el lugar donde habian llegado.

Se bajaron del coche arma en mano y miraron a su alrededor. Estaban en un gran llano, delimitado por algunas elevaciones y montes, dando la sensación de estar dentro de un crater.

Un riachuelo de agua cobriza pasaba al lado de la choza, oyendose claramente su tintineo desde el coche.

Frank fue a ver si podia beber algo de agua y se arrodillo en la orilla. Con ambas manos removió el agua en un intento por apartar ese incomodo color cobre, pero fue imposible. Estaba sucia y contaminada.

En la otra orilla del riachuelo, frente a Frank, un pequeño animal salia del agua a pasos torpes pero decididos, como si no supiese que la tierra firme no era su entorno. Era alargado, de unos veinte centimetros y de color gris, con una piel de aspecto suave y baboso llena de surcos. Parecia un pez, pero su cabeza se asemejaba mas a la de un cangrejo, con caparazón incluido. Parecia llevar un casco.

-¿Habeis visto alguna vez uno de estos? –preguntó a sus compañeros sin quitar los ojos del animalito.

Emile se acercó y sin prestar atención al anfibio agarró a Frank de un brazo y lo levantó –No hables, estúpido –le susurró –Aún no sabemos que hay en esa choza.

Luego hizo un gesto a Thorsten y este asintió con la cabeza. Fue a la choza y derribó la endeble puerta de una patada mientras los demás lo cubrian apuntando con sus armas.

La comida del futuro (Capítulo 2: refugiados del fuego)

Así fue como McFuller se adentró en las recónditas tierras que rodeaban lo que antes fue una enorme ciudad con sus defectos y virtudes. Una ciudad abierta a las nuevas tecnologias, a las culturas de todo el mundo. A las drogas y al alcohol, la violencia, pederastia, prostitución.

Cuantas mas personas habitan en un mismo lugar mas propenso es a corromperse rápidamente. Demasiadas mentes pensando al mismo tiempo y todas ellas teniendo malas ideas a la vez. Un gigantesco cerebro hecho de ormigón, cristal y acero que tiene por neuronas a la gente. Las neuronas que tendría un drogadicto. Pero eso ya no importa. El fuego ha purificado y ahora todos están muertos. Tan solo queda el esqueleto del cerebro y sus neuronas se han vaporizado.

Poco a poco la ciudad va quedando atrás y por delante solo hay desierto y montañas quemadas. Ver el color verde es una utopia en este lugar. La tierra cruje al ser pisada por McFuller, que va dejando una leve y breve nube de polvo a cada paso que da.

De momento no hay el mas mímino indicio de vida. No pasa nada, esto acaba de empezar.

Al mediodía el calor es insoportable y en el cielo no se ve una nube desde que todo ocurrió. El vagabundo ve a lo lejos una silueta oscura junto a una señal de tráfico, que a su vez está situada al lado de una carretera asfaltada y semienterrada por la arena.

De mas cerca la oscura silueta resulta ser un coche abandonado en mitad de la nada. Dentro no hay conductor vivo ni muerto. Un coche sin más, desentonando sobremanera respecto al resto del lugar. Una inquientante obra de arte del fin del mundo.

McFuller se refugia del calor bajo él. Al caer la tarde retoma la travesía.

Como un perro abandonado buscando su lugar en el mundo el vagabundo se adentra cada vez mas en el nuevo mundo que el fuego ha creado. No hay esqueletos ni restos de que en el pais hubiese vida antes del misterioso desastre. Es como si momentos antes de la explosion hubiesen evacuado a toda la población olvidándose de McFuller...

Empieza a echar de menos el agua y lo único que lleva encima es una lata de zumo que cogió antes de salir de la ciudad.

Sube una pequeña colina para tener una mejor visión. Desde allí arriba no ve ningún riachuelo ni nada que se le parezca, sin embargo se percata de que hay una granja al lado de un terreno con aspecto de haber sido labrado en tiempos mejores.

El sol se está poniendo. Pasará la noche en la colina recostado sobre alguna roca y al amanecer hará una visita a la granja.

Antes de dormirse abre la lata de zumo y se la bebe en dos tragos. Confía en encontrar algo mas en la casa al dia siguiente.

Esa noche sueña con ratas. Montones de ratas carbonizadas y rabiosas que rodean la colina y no le dejan bajar. Luego aparecen dos tipos vestidos con uniforme militar y le dicen que todo va a acabar. Que tiene que bajar rápido antes de que empiece a llover fuego. Cuando bajan ya no hay ratas, solo ceniza y eso le hace sentirse tranquilo.

A pocos metros hay un tanque con las cadenas a medio enterrar en ceniza. Se suben en el mientras Frank mira al cielo, un cielo cubierto de espesas y opacas nubes negras que dejan asomar rayos de luz roja. Entonces empieza a llover fuego. Las pareces del tanque empiezan a calentarse de forma alarmante y las botas de los soldados se pegan al suelo metálico al fundirse ligeramente y Frank observa con calma lo que ocurre mientras los soldados toman los mandos del tanque y lo ponen en marcha.

Al amanecer Frank pone rumbo a la solitaria granja.

La pintura de la fachada está ennegrecida y quemada, los cristales de las ventanas hechos añicos y la puerta algo astillada. Hay un granero al que prefiere no entrar por la osuridad de su interior.

Derriba la puerta de un empujón sin mucho esfuerzo y entra. Las luces están apagadas pero se puede ver bien gracias a la luz del sol que entra por las ventanas. Todo el mobiliario está en perfecto estado y en orden, quizá un poco polvoriento, pero nada más.

Con cautela se pasea por toda la casa, mirando cada habitación y cada rincón. Las camas de los dos dormitorios, el de matrimonio y el del hijo, están desechas. Los armarios están abiertos y los cajones de los muebles tirados en el suelo rodeados de todas las cosas que contenian. Nada valioso.

En el fregadero de la cocina hay varios platos sucios y rotos, así como algunos vasos.

Al abrir la nevera sale de su interior un desagradable olor a medio camino entre putrefacción y humedad. Un cartón de leche sin empezar pero ya caducada, un par de manzanas podridas, un bote de mayonesa casi vacio y un bol de plástico que contiene lo que hace un mes era algún tipo de guiso.

En la cocina hay poca luz. Frank descorre los visillos de la ventana que hay junto al pollete de mármol y entonces un escalofrio le recorre desde los pies hasta su grasiento cuero cabelludo. Sin saber a ciencia cierta si corre peligro o no clava la mirada en las dos personas que hay fuera de la casa y que él observa a través de la mugrienta ventana.

Son dos hombres que hablan entre ellos pero que no alcanza a oir lo que dicen. Ahí están, con la árida tierra bajo los pies y el sol sobre sus cabezas.

El más robusto lleva una camisa hawaiana descolorida y llena de manchas amarillentas, un desgastado pantalón vaquero y unas botas altas de punta fina. Tiene el pelo canoso y largo, por los hombros. En la mano lleva una escopeta de caza recortada.

El delgado va con una sucia camiseta blanca y un pantalón corto de colores... o quizá sea un bañador. Lleva unas zapatillas de deporte sin calcetines y la cabeza cubierta por un casco de motorista con la visera bajada. Del muslo le cuelga una funda de cuero con un gran machete dentro.

El robusto señala al suelo mientras mira al del casco. Parecen nerviosos. Han visto las huellas que dejó Frank en la tierra.

Cuando te ves metido en una situación tan precaria y peligrosa tus sentidos se agudizan. Hace un año podría haber pasado un ejércio por este mismo lugar y nadie se habria dado cuenta de ello por las huellas dejadas... pero ahora la cosa cambia. Es la ley de la selva, la supervivencia. Todo cuenta. Una huella, un rastro de olor, un sonido...

Frank está aterrado, pero muy en su interior siente algo de alegría. No puede evitar ni una cosa ni otra.

Sigue mirando por la ventana asomando solamente los ojos sobre el marco del mismo modo que un conejo acecharía al cazador desde la madriguera.

El tipo del casco de motorista hace un gesto de resignacion con los hombros a la vez que le dice algo al de la camisa hawaiana. Tantea con la mano algo que lleva enganchado en la parte de atrás de sus pantalones, lo desengancha y lo sujeta con decisión. Mira hacia la puerta abierta de la casa y lo lanza. Cae al suelo haciendo un sonido metálico y rueda por el pasillo hasta posarse en el umbral de la puerta del dormitorio de matrimonio.

Frank se retira de la ventana y se asoma al pasillo para ver que es lo que ha caido. Una bomba de gas que nada mas verla comienza a expandir rapidamente su contenido. Un espeso y blanquecino humo que ya bloquea el pasillo que da a la salida.

Frank mira a la ventana desde donde espiaba a los dos misteriosos personajes y sabe que es su única via de escape. Puede que le maten nada mas salir, pero eso no es seguro. Lo único seguro es que si no lo hace morirá asfixiado.

Se acuerda de su sueño, el de la Estatua de la Libertad. Si no das un paso adelante, como en las ruinas de la ciudad, nunca averiguarás nada.

Sin titubeos se sube al pollete de mármol y abre la ventana. Cierra los ojos y se deja caer al recalentado suelo de tierra. Ya sale humo por la ventana.

Está boca abajo, otra vez, con los ojos cerrados. Se incorpora dolorido por el golpe de la caida. Tiene un par de granos de arena incrustados en la palma de una mano y algún que otro rasguño sin importancia en los brazos y rodillas.

Dirige la vista, algo cegada por la luz del sol, hacia los dos extraños. El más robusto le está apuntando con la escopeta, que sujeta confiado con una sola mano. El del casco simplemente mira con las manos puestas en la cintura.

-¿Qué tal? Pregunta Frank intentando suavizar la situación.

El tipo robusto baja la escopeta y sonrie.

-¿qué hacias ahí dentro, muchacho?

-Buscar comida, pero si os estoy invadiendo me largo...

-Ya no nada que invadir. Ahora todo es de todos.

-Es de suponer. ¿Dónde habeis estado metidos?

El tipo robusto se mete la escopeta entre el pantalón y el cinturón. El del casco no ha articulado palabra.

-Ven con nosotros y hablaremos con calma. Ténemos el coche aquí mismo.

-¿Dónde?

-En el granero. Me llamo Rob, y este es Vanzetti.

Mientras Rob conduce canturrea Hello Mary Lou de Ricky Nelson y tamborilea con los dedos sobre el volante a la vez que la canción suena en el cassette. A su paso va levantando un manto de polvo conforme las ruedas del coche hacen crujir la tierra.

Vanzetti, permanece silencioso en el asiento de copiloto buscando algo en la guantera.

Frank va en el asiento trasero mirando embobado el desolado paisaje, que desde el coche se puede ver mas rápidamente que a pie. Puedes recrearte mas.

-¿Sabeis si hay mas gente viva? –pregunta

-Que sepapos dos mas que están con nosotros. Y ahora tú. En total somos cinco, si la memoria no me falla.

-Desde la explosión ha pasado mas o menos un mes y no he visto a nadie ¿dónde habeis estado?

-En un viejo silo abandonado. Justo a donde nos dirigimos, muchacho. Nos buscamos la vida como podemos; vamos de casa en casa, de pueblo en pueblo intentando encontrar comida en conserva ya que es la única que ha sobrevivido a la explosión. Pero no vivimos en una nube. Sabemos que la comida en conserva se acabará, por eso buscamos tambien semillas o lo que sea que podamos cultivar. Puede que ahora comamos albóndigas enlatadas y dentro de diez años estemos comiendo trigo y poco mas.

Frank mira a su lado. Sobre el asiento está demositada la escopeta recordata que hace un momento empuñaba Rob.

-¿Porqué vais armados? –pregunta

Vanzetti emite el primer sonido desde que están los tres juntos. Una risa ronca y ahogada por el casco.

-Verás –empieza a explicar Rob- hace unos diez dias entramos en un hospital para buscar comida. Aquello era repugnante. Todos los que habian ingresado antes de la explosión estaban ahora pudriendose en las camas.

Fué una pérdida de tiempo. Apenas tenian conservas, pero entonces a Vanzetti se le ocurrió la estúpida idea de ir a la zona de maternidad, que como mínimo tendrian leche en polvo.

Allí la cosa era peor. Nada mas llegar nos invadió un hedor a putrefacción que casi me hizo vomitar. Había cadáveres de mujeres por todas partes. Unas aún estaban encamadas, otras tiradas en el suelo y otras en ambos sitios a la vez, desmembradas. Ahí fue cuando me asusté.

-¿desmenbradas?

-Si, muchacho. Por lo visto la radiación de la explosión mató a las madres pero no a la criatura que llevaban dentro. Esas se llevaron un chute de radiación directa al organismo. Al estar en el vientre materno no se quemaron... solo se transformaron, mutaron. Llámalo como quieras. Ni siquiera sé si mi mi teoria es cierta.

La cuestión es que tuvimos que salir del hospital a toda prisa y pegando algún que otro tiro.

-¿eran bebés?

-Si, con el metabolismo completamente cambiado y el cerebro jodido. Recien nacidos que median casi un metro de alto... no me gustaria ni saber como deben ser ahora.

A las doce del mediodía llegan a su destino. El enorme silo estaba, como todos los edificios vistos hasta ahora, con la fachada chamuscada. Había varios árboles alrededor desnudos de hojas y un campo de labranza que rodeaba todo el edificio.

Los tres se apearon del coche y se dispusieron a entrar. Vanzetti sacó una llave del bolsillo y con ella abrió el candado que cerraba la puerta metálica y oxidada del silo mediante una cadena no menos decrépita.

Dentro estaba todo en tinieblas, debilmente iluminada la estancia por algunas bombillas llenas de polvo y cagadas de mosca que colgaban del techo por un simple cable. Había grandes y viejas estanterias de madera con cajas de cartón, sacos de hilo y demás objetos imposibles de distinguir a simple vista por la escasísima iluminación. Una escalera metálica conducía a un piso superior, pero no era allí a donde Rob y Vanzetti llevaban a McFuller.

Una trampilla abierta en el suelo de madera daba paso a un sótano. Es allí a donde iban.

El sótano estaba bastante mas iluminado que el resto del edificio. Todo estaba desordenado con decenas de cajas, sacos y estanterias llenas de comida enlatada y trozos grandes de carne seca. Díficil era dar un paso sin tropezar o pisar algo desconocido.

En mitad de la estancia una mesa de madera llena de muescas sirve a otros dos tipos para comer, a uno de ellos, y para leer al otro. El que come tiene los ojos azules y la cara marcada por una cicatriz que le parte la mejilla y algo del labio. Lleva un mono de trabajo arapiento.

El que lee levanta la vista de su libro y la clava en Frank. Despide cierto aire de liderazgo. Su negro pelo está sucio y repeinado hacia atrás, llegándole hasta un poco mas abajo del cuello. Lleva un traje gris sin nada debajo, ni camisa ni corbata, solamente el pantalón y la chaqueta abrochada.

Vanzetti los saluda haciendo un gesto con la mano.

-¿Se nos va a unir? –pregunta el del traje dirigiéndose con la mirada a Rob mientras deja el libro cerrado sobre la mesa.

-Si. No vamos a dejarlo ahí fuera –contesta con convicción.

-Por mi encantado –se levanta y se acerca a Frank- ¿cómo te llamas, chico?

-Frank McFuller ¿y usted?

-Yo soy Emile, y ese gorila marcado –señala al tipo que come- es Thorsten.

Emile da la espalda a Frank y se dirige apresuradamente a una oscura esquina de la habitación. Quita un par de mantas de encima de una silla y esta la acerca a la mesa –Venga Frank, sientate- le pide amablemente –seguro que tenemos mucho que contarnos.

Frank se sienta al lado del grandullón de Thorsten y apolla los brazos cruzados sobre la mesa. Su actitud es tranquila.

-Tenemos demasiadas preguntas que hacernos... –dice Emile serenamente, sin mirar a nadie. Como si no se dirigiese a a ninguno de los presentes.

-Pero creo que la mas importante de todas es ¿qué ha pasado? -Frank, mira uno a uno a todos aquellos tipos, como buscando su aprobación- Me refiero a que si hay algo a lo que tenemos derecho a saber, es eso.

Rob se sienta en un taburete de madera y niega con la cabeza -lo hecho, hecho está -dice- Ya no importa que provocó la explosión. Lo que importan son los hechos, a lo que nos enfrentamos día a día. El presente. Tenemos que buscar comida y algo de cultivo. Las latas de comida se acabarán en no mucho tiempo. Necesitamos algo permanente.

Emile vuelve a sentarse, coge el libro y se pone a leer -Ya encontraremos semillas o algo, Rob -dice despreocupado- es cuestión de buscar un poco y de movernos, no anclarnos en este silo de mierda.

-¿Y que me decís de vosotros? -pregunta Frank- ¿de donde habeis salido y como habeis sobrevivido?

-Pura suerte, chico -le dice Emile guiñándole un ojo- como todo en la vida.

Nosotros nos dedicabamos a la venta de cocaína, y tuvimos la fortuna de estar dentro de este silo haciendo un negocio justo cuando ocurrió el cataclismo. Tuvimos mucha suerte de estar en este sótano, que usábamos siempre que teniamos una venta por estar en mitad de ninguna parte, donde nadie pudiese dar el chivatazo.

Rob y Vanzetti eran nuestros compradores... actores a los que les gustaba empolvarse la nariz de vez en cuando.

Thorsten es mi socio. Las ganancias iban a medias, pero eso ya no importa ¿verdad? -mira a Thorsten sonriendole.

-¿erais actores? -pregunta Frank.

-Si, haciamos lo que podiamos -responde Rob- Lo tengo todo grabado en el coco; bajamos aquí y Emile puso un sobre lleno de coca sobre la mesa. Le hice un gesto a Vanzetti para que sacase el dinero y le pagara, pero no le dio tiempo. Tal y como se echó la mano al bolsillo todo empezó a temblar y un ruido endiablado, como un rugido, empezó a sonar.

Cuando todo dejó de vibrar subimos arriba, al silo. Nadie se atrevia ni siquiera a abrir la puerta, de modo que miré por la ventana y habia tanto polvo o humo o lo que fuese suspendido en el aire que no se veia absolutamente nada. Todo era gris.

Al cabo de un rato se disipó, y el panorama que nos encontramos detrás de aquella niebla es el que aún tenemos.

La comida del futuro (Capítulo 1: no mas rutina)

Cuando miré por la ventana me pareció una mañana de verano preciosa. Estaba amaneciendo y la brisa veraniega acariciaba mi torso desnudo frente a la ventana abierta.

Estos días los disfrutaba al máximo. Era domingo y no tenia que trabajar. Nada de oficina, nada de papeleo, nada de gomina en el pelo y nada de traje y corbata.

Por cierto, me llamo Frank McFuller.

Soy de esa clase de personas que disfrutan de su trabajo y eso es porque no es un trabajo realmente duro. Yo solo me siento en mi despacho, arreglo papeleo si es que lo hay y recibo a gente que no conozco de nada.

A veces es un coñazo pero nunca es duro, y eso es lo que hoy día se valora.

Estudia o tendrás que trabajar en la construcción, y no como arquitecto sino como peón.

Estudia o acabarás trabajando y dejándote las manos en ello.

Esas frases eran habituales en mi casa cuando yo era un niño y no eran pocas las veces que pensaba: joder... que mal visto está trabajar.

Y ahora, con 31 años no tengo mas remedio que pensar, dada mi posición laboral que verdaderamente se está cómodo en un despacho con el aire acondicionado puesto y si te lo montas bien hasta la tele, pero por Dios ¿qué pasa con los obreros? Lo que está mal visto hoy dia no es trabajar.... lo que se rechaza e infravalora es trabajar de verdad, justo lo que yo no hago. Y me asqueo a mi mismo muy a menudo por llevar esta vida para la que se me ha mal educado.

Con la experiencia aprendes que no es mas trabajor quien mas horas pasa en el trabajo, sino quien mas se deja las manos en ello. Eso a mi juicio es algo obvio, pero la conciencia social no lo ve así. Respetan mas a un señor con traje y corbata que a un albañil o mecánico.

Pero nada de eso importaba en este momento. Era domingo, era verano e iba a disfrutar de mi repugnante y repelente forma de vida. Ese día si.

Tras asearme y ponerme algo de ropa decente bajé a la calle para comprar el pan. Tengo una forma de vida cómoda pero por algún motivo no tengo sirvientes (entiendase esclavos) que hagan tal cosa por mi.

Al abrir la puerta del bloque de pisos donde vivia me sobrevino un escalofrio solo de pensar la clase de gilipollas en la que me estaba convirtiendo. Un chico joven y adinerado. Totalmente independiente. Oh, por favor... que patético. ¿Porqué no te rompes la boca contra una farola y masticas tus propios dientes? –me pregunté a mi mismo.

Pero quizá lo que mas me aterró fue ver como el horizonte se iluminaba con una cegadora luz naranja amarillenta y el suelo empezaba a temblar bajo mis pies mientras un ensordezedor ruido a medio camino entre un rugido y un silvido me volvia la cabeza del revés.

Salir a comprar el pan nunca fue tan emocionante como aquella mañana.

Eché a correr en la primera dirección que me parecio oportuna y teniendo en cuenta la precariedad del momento creo que lo hice bastante bien.

Y no me pregunteis el porque, pero sabia lo que estaba ocurriendo... no el motivo pero si la situación.

En mi mente retumbaba constantemente la palabra “apocalipsis”.

No podria explicar porque razón cuando los cristales de las ventanas de los edificios empezaron a reventar por el temblor de la onda expansiva que se acercaba rapidamente yo me tiré al suelo, metí los dedos por los huequecitos de la tapa de una alcantarilla, la retiré y sin pensarmelo me metí en aquel agujero negro con rumbo a un oscuro rio de mierda.

Allí abajo me puse de pie empapado por aquellas fétidas aguas y busqué el borde del canal. Una vez hecho esto me puse boca abajo con la punta de la nariz tocando el cemento humedo y las manos cruzadas sobre la nuca.

El corazón me latía salvajemente, como si una mano en mi pecho me golpeara desde dentro para salir de el.

Allí esperé con los ojos cerrados mientras el estruendo iba aumentando y los murmullos y gritos de la gente se iban silenciando tan rápido como sea lo que sea lo que estuviese provocando aquello se acercaba.

Diez interminables minutos después me puse boca arriba lentamente y con mucha cautela. Miré la luz que entraba por la boca de alcantarilla por la que me habia tirado...

Silencio absoluto. Ni coches, ni gente, ni estruendo..... nada.

No necesitaba salir de allí para saber lo que había ocurrido. O mejor dicho, lo que acababa de comenzar.

Adiós a mi acomodada y patética vida. Puede que ahora la eche de menos.

Ya ha pasado casi un mes y todavia sigo sin saber lo que ocurrió y buscando algún superviviente entre las toneladas de escombros que antes eran mi ciudad. Mi hogar.

Podria hacer una lista interminable de las cosas que echo de menos.

Los atascos en las horas punta.

El barullo de gente arriba y abajo.

Un buen afeitado.

Las putas de esquina.

¿Y la comida? En ese aspecto no he tenido muchos problemas. Basta con acercarme a los restos de alguna tienda de alimentación y buscar entre las ruinas latas de conservas o bebidas. Eso si, solo una comida al día pues no sé si este nuevo ritmo de vida será eterno. Hay que ser precavido.

Las noches son lo peor. Demasiado silencio y facilidad para pensar.

Pienso en que estoy hasta el culo de radioactividad y no se si amaneceré vomitando mis entrañas humeantes. En ocasiones me parece oir gruñidos en la lejania.

Pienso en el futuro...¿hay futuro? ¿es esto el futuro? ¿qué queda?

Siempre has oido hablar del fin del mundo y futuros apocalipticos pero jamás te planteas tener que vivir en ese hostil futuro. Piensas: me da igua, no viviré para verlo, pero ahora todo es indescriptible. Desconocido y a la vez familiar. Vivo en el puto fin del mundo. He sobrevivido. Lo estoy viendo y no se que hacer. Todo lo que me preocupaba en la vida se desintegró.... y lo que queria tambien.

Pienso en si es posible que quede alguien vivo. Si yo me salvé tan facilmente puede que mas gente se las apañase para salir ilesos de todo este festival de fuego ¿0 no? De momento no hay nadie mas... al menos aquí.

Y no puedo dejar de pensar en que es lo que ha ocurrido realmente. No sé nada de esto...¿porqué esa explosión? ¿una bomba? ¿una prueba militar defectuosa? ¿un asteroide? ¿ merchandising a lo bestia de la película Armageddon? Todo es una gran duda.

Esa noche tengo un extraño sueño.

Estoy frente a la estatua de la libertad y levanto la vista lentamente para verla de abajo a arriba. A la altura de la cintura desvio la mirada a la derecha y veo la cabeza de la estatua tirada en el suelo. Arrancada.

Miro a la izquierda y para mi sorpresa veo lo mismo. De nuevo la cabeza está tirada en el suelo. ¿Desde cuando este monumento tenia dos cabezas?

Sigo mirando hacia arriba para contemplarla del todo y es entonces cuando me doy cuenta de que algo raro pasa aquí. La estatua tiene la cabeza en su sitio. Entonces me despierto.

Estoy acostado sobre un muro de ladrillos y cemento volcado en el suelo. El sol me está dando de cara y por eso me he despertado. Me cubro la cara con ambas manos mientras me pongo boca arriba y me incorporo de mi dura y primitiva cama.

Miro el reloj. Las 09:05 de la mañana..

¿Qué ha significado ese sueño? En otras circunstancias no le daria la mas minima importancia, pero en los tiempos que corren todo tiene importancia. Un sueño sin sentido a primera vista para mi es algo mas. Y si no tiene sentido me lo invento. De momento pienso que si no salgo de estas ruinas no descubriré jamás el sentido del sueño si es que lo tiene, claro.

Me he levantado con las ideas algo cambiadas. El mundo ya no tiene futuro, pero el mio está aún por escribir. En esta ciudad no tengo nada que hacer. Mi futuro se hundirá junto con el de esta urbe si no salgo de aquí cuanto antes y descubro lo que hay fuera. Ahora me toca sobrevivir... y la idea de momento no me disgusta. Debe haber mas gente viva.

No lo pienso mas. No tengo nada aquí. Nada. Empiezo a caminar hacia el norte, creo. No estoy muy orientado, cosa que se me tiene que perdonar por que nunca en mi vida he necesitado estarlo.

Recorro calles en busca de la salidad de la ciudad topándome continuamente con coches carbonizados en los que no ha quedado ni el esqueleto del conductor, locales y tiendas a las que parece que les hayan caido doscientos litros de gasolina ardiendo sobre la fachada. Ni me molesto en mirar el interior.

Sigo caminando por entre los colosales edificios, ahora muertos. Sin cristales en las ventanas y chamuscados, con casi todas las vigas al aire.

Las calles están llenas de ceniza, escombros, papeles y “cosas” de mediano tamaño que no alcanzo a identificar por lo quemadas que están.

Una de ellas parece un niño.

Unas dos horas después llego a la zona de los polígonos industriales. Ya estoy fuera de la ciudad.

Cruzo los poligonos sin detenerme a mirar nada. Los veo tan cochambrosos como antes de la ecatombe. Apenas noto la diferencia entre el antes y el después.

Voy pasando frente a grandes naves industriales con sus tejados de chapa medio caidos. Los caminos asfaltados que hay entre una nave y otra están llenos de basura, cajas de madera destrozadas, papeles que revolotean por el suelo y cascotes de cemento.

Sigo caminando recto para cruzar el polígono y meterme en campo abierto, pero por el rabillo del ojo veo algo moviéndose junto a un contenedor de basura. Un perro sale de detrás con la cabeza gacha, pero en cuanto se percata de mi presencia la alza con los ojos muy abiertos. Se queda inmóvil, mirándome fijamente con el rabo quito.

Parece un pastor alemán por el tamaño y el hocico, pero no por el pelaje ya que carece de él. Su piel es una gran costra renegrida y seca. Está quemado.

Yo estoy a unos siete metros de él, pero seguro que huele mi miedo. Si no mueve el rabo es mala señal.

Efectivamente, el animal empieza a correr hacia mi chasqueando sus garras contra el asfalto y mezclando ese sonido con el de sus jadeos y el eco que se produce al estar entre dos grandes naves industriales.

En vez de correr me quedo quieto esperando el impacto. Pongo mis manos abiertas a la altura del pecho y con las rodillas semi flexionadas. Cuando el perro se avalanza le sujeto el cuello impidiendo que sus fauces me alcancen. Caigo de espaldas con el furioso animal encima mia, arañandome con sus garras en el vientre y los muslos. Noto la gran fuerza que ejerce sobre mí mientras da dentelladas al aire en su intento por arrancarme la cara o al menos algún trozo de carne. Me fijo en sus labios contraidos por la funesta quemadura que le hace tener constantemente los dientes al aire. Uno de sus ojos está cerrado y cubierto por una capa de pus amarillento y seco. Su caliente aliento impacta en mi cara a cada gruñido.

Miro a mi derecha y veo lo que parece ser una matrícula oxidada y retorcida. Descuido un instante el cuello del animal alargando el brazo para recoger la matrícula mientras le sujeto el cuello con una sola mano y tan pronto como tengo el trozo de latón comienzo a atizarle en la parte superior del cráneo con el borde. A cada golpe hago pequeños cortes en la oscura costra dejando ver la carne rosada en contraste con la negrura de la reseca piel.

La sangre se desliza hasta metérsele en el ojo sano al animal. Es entonces cuando sacude la cabeza para librarse de tan molesto inconveniente y yo aprobecho ese instante de tregua para ponerle una de las esquinas de la matricula en el cuello, presionar con toda la fuerza que me es posible y hundirsela hasta que comienza a chorrear sangre y el perro cae de lado entre espaspos y gruñendo aún así.

Me quedo bocaarriba manchado de sangre, jadeando, con los brazos extendidos en cruz y los ojos cerrados. Un breve momento de paz antes de seguir mi camino y abandonar la ciudad.

La comida del futuro (Capítulo 0: Dios)

La cerradura me saluda con un crujido cuando meto y giro la llave para entrar en mi despacho.

Enciendo la luz.

Fuera del edificio aún no ha amanecido, pero los tonos rosas y naranjas que se dejan entrever en el horizonte anuncian un amanecer inminente.

Me siento en mi mesa de acero inoxidable y saco del cajon la carpeta con todos los documentos y archivos sobre el proyecto Bogart. Lo bautizamos así por una gilipollez que explicaré en otro momento.

Todo estaba listo, al menos eso me queria parecer... aquello iba a ser un gran disparate, pero sino tomábamos cartas en el asunto los muy cerdos del CBE (control de basura espacial) nos iban a comer por sopas y eso es algo que ni yo ni mis superiores ibamos a permitir.

Teniamos claro que habíamos metido la pata cuantiosamente al enviar al espacio a ese gran mastodonte, el Luna 74, una gran nave exploradora que dejó de funcionar hace años y que su inmenso motor movido con energia nuclear altamente nociva suponia un peligro... al menos mientras estuviese en la tierra.

No quisimos correr riesgos y lo enviamos a la infinidad de la galaxia, donde no molestaria a nadie. Bueno, eso creiamos.

Los imbéciles del CBE se enteraron de todo el asunto y pusieron el grito en el cielo diciendo que el cadaver del Luna 74 era un peligro, una bomba buscando un lugar al azar para estrellarse y arrasarlo todo.

Puede que tuviesen razon, pero si en vez de cabrearse y dejarnos en ridiculo delante de toda la puta humanidad nos hubiesemos aliado y hubiesemos financiado a medias un proyecto para volar por los aires el Luna 74 antes de que ocurriese ninguna desgracia ahora no estariamos en guerra con esos chupatintas ecologistas.

Hoy dia la ecologia y la limpieza del universo está de moda, por eso soy consciente de que el CBE tiene todas las de ganar y que todo el mundo les va a apollar hagan lo que hagan siempre y cuando sea para jodernos.

Nosotros hemos hecho grandes cosas por la humanidad. Hemos enviado naves espaciales a lugares de la galaxia nunca antes vistos. Hemos descubierto nuevas formas de energia para sustituir a las actuales si llegan a agotarse... todo eso no vale nada. Mandamos un poco de basura nuclear al espacio y se nos tiran a la yugular.

El CBE ha conseguido que nadie quiera financiar nuestra empresa. Nadie quiere ya apollarnos para continuar una carrera espacial con un futuro verdaderamente esperanzador. Nosotros, la Unión Cosmos, somos completamente prescindibles hoy dia... cosa impensable hace unos años.

No digo que algunos de nuestros recursos o actos a la hora de desempeñar nuestro trabajo no haya sido peligroso en ciertas ocasiones, pero hemos hecho mucho por la investigación y la ciencia como para que un grupo de ecologistas amargados nos hundan por culpa de un pedazo de basura.

Y de todo este tremendo culebrón surge el proyecto Bogart, con el que vamos a protestar contra el CBE y todos esos desagradecidos que pagan nuestras investigaciones haciendonos un corte de mangas de proporciones biblicas....

Por supuesto los trabajadores de la Union Cosmos no estaban a favor de tal castigo. No les culpo por ello... comprendo que tengan miedo. Al principio lo vieron mas como una tactica intimidatoria que como un ataque en toda regla. Cuando descubrieron lo que realmente era me tacharon de loco... tampoco les culpo por ello.

Pero es algo que tengo que hacer; el proyecto Bogart no se puede evitar. Es necesario. Por eso esta noche, mientras todos trabajaban he sellado las puertas del edificio y los he gaseado con fosgéno. En poco tiempo estaban todos muertos.

Ahora estoy aquí sentado en mi mesa de acero inoxidable, con los extractores de aire terminando de limpiar este lugar. Soy precavido y no me he quitado la máscara anti-gas (la cual no hace muy buen juego con el traje y la corbata) por si aún queda algo de esa mierda en el aire.

Ya no hay vuelta atrás... se quejaban por un puñetero motor nuclear defectuoso flotando en el espacio y no se dieron cuenta de que en la Union Cosmos tenemos decenas de esos motores en buen estado. Y no suponen ningun peligro a no ser que sean sometidos a una sobrecarga eléctrica que sobrepase el 60% de su capacidad. Justo lo que voy a hacer para que esto no vuelva a ocurrir. Volaré por los aires todos esos motores y la explosión será tan gigantesca que aparte de carbonizar medio planeta modificara el eje rotatorio de la tierra, lo que supondrá, asi lo espero, la extinción de toda forma de vida.

¿Quién sabe? Puede que me esté pasando un poco... esos cabrones del CBE me han puteado tanto que hace dos semanas que no tomo la medicación que me mando mi psiquiatra... ya nada me importa excepto tener yo y solo yo la última palabra en toda esta farsa llena de hipócritas que fingian agradecer a la Unión Cosmos su trabajo y dedicación.

Ahora ya es tarde.

Si, suena un poco megalómano, pero el fin del mundo está en mis manos y es mi decisión que este acabe ya.

Adiós a todos.

Continuará...

Cartas del Diablo

Con cinco años casi recien cumplidos, Carlos se entretenía dibujando paisajes y divertidas figuras en aquel desgastado bloc de dibujo que al ser visto por sus padres y familiarias levantaba admiración por el talento creativo del chico y la calidad y belleza de los dibujos, dada su corta edad.

Todos los días cogía un lapiz y comenzaba a crear personajes en el papel. Personajes sonrientes, alegres y coloridos; al igual que esos bonitos paisajes llenos de árboles, riachuelos y hermosas colinas.

Su fuente de inspiración era básicamente lo que veia, por ejemplo, al venir del colegio hasta su casa. Un gatito, una flor, una mujer llevando de la mano a su hijo... A veces incluso dibujaba escenas de algo visto en la televisión, en algún programa o en alguna serie de dibujos animados.

Llevó esta afición a cabo hasta los nueve años, pero algo ocurrió un día.

Como otras muchisimas veces, Carlos se agachó para coger uno de los blocs que guardaba con cariño en un cajón de su armario pero, puede que por la experiencia adquirida durante todos esos años, nada mas tomarlo entre sus manos supo que algo no iba bien.

Las tres primeras hojas estaban llenas de dibujos; los últimos dibujos que había hecho. No obstante las hojas cuarta, quinta, sexta y así consecutivamente hasta llegar a la última hoja estaban tambien usadas... pero no era obra de Carlos.

En esas otras páginas podian leerse extraños manuscritos en un idioma desconocido para el chico, así como imágenes toscas, oscuras y sucias que los rodeaban y adornaban.

Imágenes que si bien no las llegaba a entender del todo si sabía que lo representado allí era motivo de preocupación. Imágenes y textos firmados por el mismísimo Diablo.

Con lágrimas en los ojos, Carlos cerró el bloc temblando. Jamás se había sentido tan mal, y una sensación de culpa y terror le recorrió todo el cuerpo.

Por unos instantes pensó en quemar aquel maldito cuaderno de dibujo, mas no tardó en imaginar las consecuencias de su acto pues estaba tratando con Satán.

Volvío a enterrarlo en el cajón y salió de su cuarto queriéndoselo contar todo a sus padres...pero unas preguntas sin respuesta bombardeaban su cabeza, ¿qué pensarian sobre aquello? ¿Le creerian? ¿qué hace un niño de escasos nueve años recibiendo cartas del Diablo?

Quizá ya era tarde y su joven alma estaba condenada eternamente a sufrir.

Pasarón los días y sus padres se empezaron a inquietar por la actitud de Carlos. No comía, apenas hablaba, se despertaba en mitad de la madrugada gritando y llorando...

Por supuesto dejó de dibujar. La sola idea de volver a ver aquellas oscuras y tenebrosas ilustraciones le hacían palidecer y estremecerse. Quiso olvidar aquello como buenamente pudo, pero le era imposible ignorar lo que guardaba en aquel cajón. Un cajón que custodiaria por siempre las cartas del diablo y que por mas que quisiera ya no podría desprenderse de ellas.

La época de los dibujos hermosos había concluido.

FIN