miércoles, 28 de enero de 2009

La comida del futuro (Capítulo 3: El cazador del yermo)

Chispas de luz revoloteban alrededor del pequeño fuego encendido con trozos de plástico y cuñas de madera sobre el suelo de cemento. Emile estaba acuclillado junto a las llamas intentando asar lo que parecia un trozo de cuero.

-¿Qué es eso? –Le preguntó Frank

-Lo que queda de carne fresca. Quiero quemarla para quitarle el sabor a podrido.

-Oye, Emile ¿crees que podria darme un baño? Llevo semanas sin mojarme con algo que no sea mi sudor.

-Amigo mio, en este mundo ya no queda nada... ni siquiera mierda para ensuciarnos. No hace falta que te bañes.

Rob se acerco al fuego y le preguntó a Frank si le apetecia hacer guardia esa noche con él y con Vanzetti. Le dijo que con Vanzetti se aburria. Era buen tipo, pero no tenia mucha conversación. Frank se quedó extrañado, no sabia por que motivo habia que hacer guardia por las noches, pero se tragó su duda para escupirla mas tarde.

Aceptó.

Subieron por unas oxidadas y destartaladas escaleras hacia lo alto del silo, llegando a una especie de azotea improvisada hecha con tablones de madera y barandillas metálicas. Desde allí tenian una buena vista de todo cuanto rodeaba al silo.

La noche estaba despejada, dejándose ver en el cielo hasta la última estrella del universo y la infinidad de aquella tierra desierta y oscura que en el horizonte se pierde de vista.

Rob saca un cigarro y se echa sobre la barandilla dando grandes caladas. Vanzetti mira al infinito a través de la visera ahumada de su casco, y Frank hace lo mismo intentando localizar algun vestigio de vida en aquel mar de oscuridad. Una luz, un sonido...

-¿Porqué tenemos que hacer guardia? –Frank lanza la pregunta al aire, temiendo la respuesta. Rob se incorpora sin sacarse el cigarro de la boca y le explica.

-Verás, siempre hay gente que intenta no seguir las normas o la moralidad, ni siquiera en esta situación. Quedamos pocos seres humanos, de eso estoy seguro, y aún así, ahí afuera hay alguien que parece querer cazarnos.

En ese momento McFuller se da cuenta de que posiblemente estén solos. Que nadie mas vaya a ayudarles, y si existe alguien en sus cabales morirá a manos de alguna alimaña. Las posibilidades de enmendar el desastroso futuro se derrumban, igual que Frank.

El chico cae de rodillas llorando desconsolado, con las manos cubriéndose el rostro y temblando.

Rob se arrodilla a su lado y le pregunta que le pasa y el chico le dice, entre sollozos, que tiene miedo. Que no le quedan esperanzas y que no quiere vivir en un mundo así. Que se niega a vivir el resto de su vida con temor.

-Frank, nosotros estamos unidos –le dice mientras intenta levantarlo con cuidado- es normal que tengas miedo y que te derrumbes. Nadie estaba preparado para esto... para sea lo que sea lo que haya pasado, pero no estas solo. Tendrás que acostumbrarte, nada más.

El chico sorbe la nariz y se seca las lagrimas a la vez que Vanzetti le pasa un brazo sobre los hombros en intenta animarlo en silencio. Rob continua explicándole.

-Poco despues de lo del hospital, alguien nos atacó durante la noche, mientras dormiamos. No era uno de esos bebés mutantes. Era un tio normal y corriente. Destrozó la cerradura con un explosivo y entró. El muy cabrón llevaba un viejo rifle Winchester con el que le disparó a Emile, pero la bala solo le rozó el costado. Inmediatamente todos nos despertamos y empezamos a buscar a ese tipo por todo el silo. Se había escondido al ver el revuelo.

-¿Era un hombre? Es decir, ¿no tenia ninguna anomalia? –preguntó McFuller absorto en lo que le estaban contando.

-No, nada. Eso es lo que mas miedo me da; que toda esta situación nos esté hundiendo en la misería y que la poca gente que debe quedar prefiera putear a sus iguales en vez de ayudarlos. El ser humano no cambia ni en una situación tan extrema...

-¿Y que ocurrió con ese saqueador? –preguntó McFuller, con interes en conocer aquella historia.

-Lo encontramos justo aquí, donde ahora estamos nosotros. Estaba con una rodilla en tierra y apuntando con el rifle hacia la entrada, esperando al primero que asomara la cabeza para cazarlo sin darle oportunidad –Rob tragó saliva y con los ojos cerrados mencionó un nombre: Benjamin.

Frank le miró con el rostro serio. No conocia a aquel hombre, pero sabia que por el tono de Rob algo malo le habia pasado.

-Era valiente. Demasiado valiente y con demasiado coraje... y tambien su sangre corria demasiado rápido por sus venas. Fué el primero en asomar la cabeza por la trampilla. Nosotros estabamos debajo agarrados a la escalera esperando a que él llegara arriba para que pudiesemos seguir ascendiendo. Cuando Benjamin tenia medio cuerpo fuera oimos un disparo y acto seguido nos empezó a gotear sangre. Los chorros carmesí se deslizaban por su ropa hasta que el cuerpo se desplomó escaleras abajo, arrastrándonos a los demás. Su cara estaba intacta, pero el cogote le habia estallado, le faltaban dientes y parte del labio superior. Era evidente que la bala le entró por la

boca -Rob tira el cigarro al vacio y concluye la historia diciendo que cuando subieron a la azotea para buscar a ese desgraciado ya había desaparecido.

Y ahora, con mas seguridad que nunca, McFuller sabía que estaban solos en aquel mundo muerto.

Mientras ellos hacian guardia durante toda la noche, Emile y Thorsten se colocaban con la cocaína que les quedaba, bebian y escuchaban música en un viejo tocadiscos. En el silencio de la noche, por todo el silo y fuera de este se oía a Nancy Sinatra y su so long babe.

-Emile, ¿sabes que me apetece hacer? –preguntó Thorsten frotandose la nariz fuertemente y con los ojos entrecerrados y rojos.

-Que.

-Comerme al nuevo. Estoy harto de carne en lata.

Emile sonrió y le corrigió -¿solo de carne en lata? Todo está en lata, maldita sea. Podrido o en lata.

Los dos continuaron esnifando y bebiendo chupitos de lo que tuviesen a mano, como si quisieran adentrarse en un mundo nuevo mediante el alcohol y la droga. Pero tal cosa no era así. Ellos no querian evadir el mundo que les habia tocado vivir, no querian engañarse a sí mismos.

Encorvados sobre la vieja y astillada mesa de madera como un par de soldados veteranos recordando mejores tiempos.

Iluminados por una lámpara de petróleo, hablaron sobre los planes para los siguientes dias. Donde irian, qué buscarian.

-Rob me ha dicho que cerca de donde encontraron al chico, entre unos montes, hay una especie de choza... y algo mas lejos un desgüace. A unos cinco kilómetros.

Thorsten levantó la vista de su vaso hacia Emile -supongo que mañana iremos a echar un vistazo.

Durante largo rato hablaron de quien y que podrian encontrar en esos sitios. De que camino seguirian para llegar antes y no exponerse demasiado al sol o a rutas peligrosas. De que armas llevar y que precauciones tomar.

Gasolina, comida, abrigo, semillas... cualquier cosa les vendría bien y casi ninguna mal. Casi.

Siguieron hablando cada vez mas borrachos, hasta que el sueño les venció y allí mismo, echados sobre la mesa, se quedaron dormidos.

Un sol rojo, esperpéntico, comenzó a dejarse ver en el horizonte, trayendo consigo un nuevo e incierto amanecer.

Los rayos solares se reflejaban en el casco de Vanzetti y este dio unas pataditas para despertar a Rob y McFuller, que yacian dormidos en el suelo.

La noche habia transcurrido sin novedad alguna. Sin alteraciones en el silencio perpetuo del desierto.

-¿Estamos cerca? –preguntó Emile a Rob desviando la vista de la carretera para mirarlo a el, que estaba en el asiento trasero del coche entre Frank y Vanzetti. De copiloto estaba Thorsten.

-Creo que si. Allí se ve la casa donde encontramos a Frank. La choza no queda ya muy lejos. Sigue adelante y cuando encuentres un camino sin asfaltar metete en el.

Pasaron junto a la casa, y tanto Vanzetti como Rob se sorprendieron al apreciar ciertas anomalias respecto al dia anterior que estuvieron ahí mismo. Alguien habia sacado varios muebles afuera, junto a la puerta. Un armario, una estanteria, un mueble de cocina, una mesa...

Rob le dijo a Emile que aminorara la velocidad, y cuando el coche estuvo casi detenido encendió con un mechero uno de los cocteles molotov que llevaba a los pies. Acto seguido sacó medio cuerpo por la ventanilla y lanzó el explosivo hacia la puerta abierta de la casa para incendiar el interior de esta. No se detuvieron para ver los resultados, solo continuaron su camino dejando atrás la casa, de cuya puerta y ventanas salia humo negro y alguna que otra llama.

Frank se sorprendió ante la reacción de Rob y se lo dejó bien claro -¿no dijiste que teniamos que ayudarnos entre todos? -le espetó.

Rob se sacudió las manos sin apartar la mirada del espejo retrovisor y ver como la casa ardia cada vez mas -y lo mantengo, chico. Pero eso de sacar los muebles de una casa vacía no me parece racional, al menos en estas circunstancias, y nada que no sea racional es inofensivo –le pasó un brazo por encima rodeandole los hombros y le guiñó un ojo -De todas formas no creo que quien haya hecho eso estuviese aún dentro, de modo que no te sofoques. No vamos a tener tanta suerte.

Los demas permanecieron en silencio.

La choza estaba rodeada de matojos secos y rocas y hecha con tablones de madera toscamente unidos y clavados. A espaldas de esta un gran monte árido y sin vegetación se erguia proyectando su sombra en el lugar donde habian llegado.

Se bajaron del coche arma en mano y miraron a su alrededor. Estaban en un gran llano, delimitado por algunas elevaciones y montes, dando la sensación de estar dentro de un crater.

Un riachuelo de agua cobriza pasaba al lado de la choza, oyendose claramente su tintineo desde el coche.

Frank fue a ver si podia beber algo de agua y se arrodillo en la orilla. Con ambas manos removió el agua en un intento por apartar ese incomodo color cobre, pero fue imposible. Estaba sucia y contaminada.

En la otra orilla del riachuelo, frente a Frank, un pequeño animal salia del agua a pasos torpes pero decididos, como si no supiese que la tierra firme no era su entorno. Era alargado, de unos veinte centimetros y de color gris, con una piel de aspecto suave y baboso llena de surcos. Parecia un pez, pero su cabeza se asemejaba mas a la de un cangrejo, con caparazón incluido. Parecia llevar un casco.

-¿Habeis visto alguna vez uno de estos? –preguntó a sus compañeros sin quitar los ojos del animalito.

Emile se acercó y sin prestar atención al anfibio agarró a Frank de un brazo y lo levantó –No hables, estúpido –le susurró –Aún no sabemos que hay en esa choza.

Luego hizo un gesto a Thorsten y este asintió con la cabeza. Fue a la choza y derribó la endeble puerta de una patada mientras los demás lo cubrian apuntando con sus armas.

La comida del futuro (Capítulo 2: refugiados del fuego)

Así fue como McFuller se adentró en las recónditas tierras que rodeaban lo que antes fue una enorme ciudad con sus defectos y virtudes. Una ciudad abierta a las nuevas tecnologias, a las culturas de todo el mundo. A las drogas y al alcohol, la violencia, pederastia, prostitución.

Cuantas mas personas habitan en un mismo lugar mas propenso es a corromperse rápidamente. Demasiadas mentes pensando al mismo tiempo y todas ellas teniendo malas ideas a la vez. Un gigantesco cerebro hecho de ormigón, cristal y acero que tiene por neuronas a la gente. Las neuronas que tendría un drogadicto. Pero eso ya no importa. El fuego ha purificado y ahora todos están muertos. Tan solo queda el esqueleto del cerebro y sus neuronas se han vaporizado.

Poco a poco la ciudad va quedando atrás y por delante solo hay desierto y montañas quemadas. Ver el color verde es una utopia en este lugar. La tierra cruje al ser pisada por McFuller, que va dejando una leve y breve nube de polvo a cada paso que da.

De momento no hay el mas mímino indicio de vida. No pasa nada, esto acaba de empezar.

Al mediodía el calor es insoportable y en el cielo no se ve una nube desde que todo ocurrió. El vagabundo ve a lo lejos una silueta oscura junto a una señal de tráfico, que a su vez está situada al lado de una carretera asfaltada y semienterrada por la arena.

De mas cerca la oscura silueta resulta ser un coche abandonado en mitad de la nada. Dentro no hay conductor vivo ni muerto. Un coche sin más, desentonando sobremanera respecto al resto del lugar. Una inquientante obra de arte del fin del mundo.

McFuller se refugia del calor bajo él. Al caer la tarde retoma la travesía.

Como un perro abandonado buscando su lugar en el mundo el vagabundo se adentra cada vez mas en el nuevo mundo que el fuego ha creado. No hay esqueletos ni restos de que en el pais hubiese vida antes del misterioso desastre. Es como si momentos antes de la explosion hubiesen evacuado a toda la población olvidándose de McFuller...

Empieza a echar de menos el agua y lo único que lleva encima es una lata de zumo que cogió antes de salir de la ciudad.

Sube una pequeña colina para tener una mejor visión. Desde allí arriba no ve ningún riachuelo ni nada que se le parezca, sin embargo se percata de que hay una granja al lado de un terreno con aspecto de haber sido labrado en tiempos mejores.

El sol se está poniendo. Pasará la noche en la colina recostado sobre alguna roca y al amanecer hará una visita a la granja.

Antes de dormirse abre la lata de zumo y se la bebe en dos tragos. Confía en encontrar algo mas en la casa al dia siguiente.

Esa noche sueña con ratas. Montones de ratas carbonizadas y rabiosas que rodean la colina y no le dejan bajar. Luego aparecen dos tipos vestidos con uniforme militar y le dicen que todo va a acabar. Que tiene que bajar rápido antes de que empiece a llover fuego. Cuando bajan ya no hay ratas, solo ceniza y eso le hace sentirse tranquilo.

A pocos metros hay un tanque con las cadenas a medio enterrar en ceniza. Se suben en el mientras Frank mira al cielo, un cielo cubierto de espesas y opacas nubes negras que dejan asomar rayos de luz roja. Entonces empieza a llover fuego. Las pareces del tanque empiezan a calentarse de forma alarmante y las botas de los soldados se pegan al suelo metálico al fundirse ligeramente y Frank observa con calma lo que ocurre mientras los soldados toman los mandos del tanque y lo ponen en marcha.

Al amanecer Frank pone rumbo a la solitaria granja.

La pintura de la fachada está ennegrecida y quemada, los cristales de las ventanas hechos añicos y la puerta algo astillada. Hay un granero al que prefiere no entrar por la osuridad de su interior.

Derriba la puerta de un empujón sin mucho esfuerzo y entra. Las luces están apagadas pero se puede ver bien gracias a la luz del sol que entra por las ventanas. Todo el mobiliario está en perfecto estado y en orden, quizá un poco polvoriento, pero nada más.

Con cautela se pasea por toda la casa, mirando cada habitación y cada rincón. Las camas de los dos dormitorios, el de matrimonio y el del hijo, están desechas. Los armarios están abiertos y los cajones de los muebles tirados en el suelo rodeados de todas las cosas que contenian. Nada valioso.

En el fregadero de la cocina hay varios platos sucios y rotos, así como algunos vasos.

Al abrir la nevera sale de su interior un desagradable olor a medio camino entre putrefacción y humedad. Un cartón de leche sin empezar pero ya caducada, un par de manzanas podridas, un bote de mayonesa casi vacio y un bol de plástico que contiene lo que hace un mes era algún tipo de guiso.

En la cocina hay poca luz. Frank descorre los visillos de la ventana que hay junto al pollete de mármol y entonces un escalofrio le recorre desde los pies hasta su grasiento cuero cabelludo. Sin saber a ciencia cierta si corre peligro o no clava la mirada en las dos personas que hay fuera de la casa y que él observa a través de la mugrienta ventana.

Son dos hombres que hablan entre ellos pero que no alcanza a oir lo que dicen. Ahí están, con la árida tierra bajo los pies y el sol sobre sus cabezas.

El más robusto lleva una camisa hawaiana descolorida y llena de manchas amarillentas, un desgastado pantalón vaquero y unas botas altas de punta fina. Tiene el pelo canoso y largo, por los hombros. En la mano lleva una escopeta de caza recortada.

El delgado va con una sucia camiseta blanca y un pantalón corto de colores... o quizá sea un bañador. Lleva unas zapatillas de deporte sin calcetines y la cabeza cubierta por un casco de motorista con la visera bajada. Del muslo le cuelga una funda de cuero con un gran machete dentro.

El robusto señala al suelo mientras mira al del casco. Parecen nerviosos. Han visto las huellas que dejó Frank en la tierra.

Cuando te ves metido en una situación tan precaria y peligrosa tus sentidos se agudizan. Hace un año podría haber pasado un ejércio por este mismo lugar y nadie se habria dado cuenta de ello por las huellas dejadas... pero ahora la cosa cambia. Es la ley de la selva, la supervivencia. Todo cuenta. Una huella, un rastro de olor, un sonido...

Frank está aterrado, pero muy en su interior siente algo de alegría. No puede evitar ni una cosa ni otra.

Sigue mirando por la ventana asomando solamente los ojos sobre el marco del mismo modo que un conejo acecharía al cazador desde la madriguera.

El tipo del casco de motorista hace un gesto de resignacion con los hombros a la vez que le dice algo al de la camisa hawaiana. Tantea con la mano algo que lleva enganchado en la parte de atrás de sus pantalones, lo desengancha y lo sujeta con decisión. Mira hacia la puerta abierta de la casa y lo lanza. Cae al suelo haciendo un sonido metálico y rueda por el pasillo hasta posarse en el umbral de la puerta del dormitorio de matrimonio.

Frank se retira de la ventana y se asoma al pasillo para ver que es lo que ha caido. Una bomba de gas que nada mas verla comienza a expandir rapidamente su contenido. Un espeso y blanquecino humo que ya bloquea el pasillo que da a la salida.

Frank mira a la ventana desde donde espiaba a los dos misteriosos personajes y sabe que es su única via de escape. Puede que le maten nada mas salir, pero eso no es seguro. Lo único seguro es que si no lo hace morirá asfixiado.

Se acuerda de su sueño, el de la Estatua de la Libertad. Si no das un paso adelante, como en las ruinas de la ciudad, nunca averiguarás nada.

Sin titubeos se sube al pollete de mármol y abre la ventana. Cierra los ojos y se deja caer al recalentado suelo de tierra. Ya sale humo por la ventana.

Está boca abajo, otra vez, con los ojos cerrados. Se incorpora dolorido por el golpe de la caida. Tiene un par de granos de arena incrustados en la palma de una mano y algún que otro rasguño sin importancia en los brazos y rodillas.

Dirige la vista, algo cegada por la luz del sol, hacia los dos extraños. El más robusto le está apuntando con la escopeta, que sujeta confiado con una sola mano. El del casco simplemente mira con las manos puestas en la cintura.

-¿Qué tal? Pregunta Frank intentando suavizar la situación.

El tipo robusto baja la escopeta y sonrie.

-¿qué hacias ahí dentro, muchacho?

-Buscar comida, pero si os estoy invadiendo me largo...

-Ya no nada que invadir. Ahora todo es de todos.

-Es de suponer. ¿Dónde habeis estado metidos?

El tipo robusto se mete la escopeta entre el pantalón y el cinturón. El del casco no ha articulado palabra.

-Ven con nosotros y hablaremos con calma. Ténemos el coche aquí mismo.

-¿Dónde?

-En el granero. Me llamo Rob, y este es Vanzetti.

Mientras Rob conduce canturrea Hello Mary Lou de Ricky Nelson y tamborilea con los dedos sobre el volante a la vez que la canción suena en el cassette. A su paso va levantando un manto de polvo conforme las ruedas del coche hacen crujir la tierra.

Vanzetti, permanece silencioso en el asiento de copiloto buscando algo en la guantera.

Frank va en el asiento trasero mirando embobado el desolado paisaje, que desde el coche se puede ver mas rápidamente que a pie. Puedes recrearte mas.

-¿Sabeis si hay mas gente viva? –pregunta

-Que sepapos dos mas que están con nosotros. Y ahora tú. En total somos cinco, si la memoria no me falla.

-Desde la explosión ha pasado mas o menos un mes y no he visto a nadie ¿dónde habeis estado?

-En un viejo silo abandonado. Justo a donde nos dirigimos, muchacho. Nos buscamos la vida como podemos; vamos de casa en casa, de pueblo en pueblo intentando encontrar comida en conserva ya que es la única que ha sobrevivido a la explosión. Pero no vivimos en una nube. Sabemos que la comida en conserva se acabará, por eso buscamos tambien semillas o lo que sea que podamos cultivar. Puede que ahora comamos albóndigas enlatadas y dentro de diez años estemos comiendo trigo y poco mas.

Frank mira a su lado. Sobre el asiento está demositada la escopeta recordata que hace un momento empuñaba Rob.

-¿Porqué vais armados? –pregunta

Vanzetti emite el primer sonido desde que están los tres juntos. Una risa ronca y ahogada por el casco.

-Verás –empieza a explicar Rob- hace unos diez dias entramos en un hospital para buscar comida. Aquello era repugnante. Todos los que habian ingresado antes de la explosión estaban ahora pudriendose en las camas.

Fué una pérdida de tiempo. Apenas tenian conservas, pero entonces a Vanzetti se le ocurrió la estúpida idea de ir a la zona de maternidad, que como mínimo tendrian leche en polvo.

Allí la cosa era peor. Nada mas llegar nos invadió un hedor a putrefacción que casi me hizo vomitar. Había cadáveres de mujeres por todas partes. Unas aún estaban encamadas, otras tiradas en el suelo y otras en ambos sitios a la vez, desmembradas. Ahí fue cuando me asusté.

-¿desmenbradas?

-Si, muchacho. Por lo visto la radiación de la explosión mató a las madres pero no a la criatura que llevaban dentro. Esas se llevaron un chute de radiación directa al organismo. Al estar en el vientre materno no se quemaron... solo se transformaron, mutaron. Llámalo como quieras. Ni siquiera sé si mi mi teoria es cierta.

La cuestión es que tuvimos que salir del hospital a toda prisa y pegando algún que otro tiro.

-¿eran bebés?

-Si, con el metabolismo completamente cambiado y el cerebro jodido. Recien nacidos que median casi un metro de alto... no me gustaria ni saber como deben ser ahora.

A las doce del mediodía llegan a su destino. El enorme silo estaba, como todos los edificios vistos hasta ahora, con la fachada chamuscada. Había varios árboles alrededor desnudos de hojas y un campo de labranza que rodeaba todo el edificio.

Los tres se apearon del coche y se dispusieron a entrar. Vanzetti sacó una llave del bolsillo y con ella abrió el candado que cerraba la puerta metálica y oxidada del silo mediante una cadena no menos decrépita.

Dentro estaba todo en tinieblas, debilmente iluminada la estancia por algunas bombillas llenas de polvo y cagadas de mosca que colgaban del techo por un simple cable. Había grandes y viejas estanterias de madera con cajas de cartón, sacos de hilo y demás objetos imposibles de distinguir a simple vista por la escasísima iluminación. Una escalera metálica conducía a un piso superior, pero no era allí a donde Rob y Vanzetti llevaban a McFuller.

Una trampilla abierta en el suelo de madera daba paso a un sótano. Es allí a donde iban.

El sótano estaba bastante mas iluminado que el resto del edificio. Todo estaba desordenado con decenas de cajas, sacos y estanterias llenas de comida enlatada y trozos grandes de carne seca. Díficil era dar un paso sin tropezar o pisar algo desconocido.

En mitad de la estancia una mesa de madera llena de muescas sirve a otros dos tipos para comer, a uno de ellos, y para leer al otro. El que come tiene los ojos azules y la cara marcada por una cicatriz que le parte la mejilla y algo del labio. Lleva un mono de trabajo arapiento.

El que lee levanta la vista de su libro y la clava en Frank. Despide cierto aire de liderazgo. Su negro pelo está sucio y repeinado hacia atrás, llegándole hasta un poco mas abajo del cuello. Lleva un traje gris sin nada debajo, ni camisa ni corbata, solamente el pantalón y la chaqueta abrochada.

Vanzetti los saluda haciendo un gesto con la mano.

-¿Se nos va a unir? –pregunta el del traje dirigiéndose con la mirada a Rob mientras deja el libro cerrado sobre la mesa.

-Si. No vamos a dejarlo ahí fuera –contesta con convicción.

-Por mi encantado –se levanta y se acerca a Frank- ¿cómo te llamas, chico?

-Frank McFuller ¿y usted?

-Yo soy Emile, y ese gorila marcado –señala al tipo que come- es Thorsten.

Emile da la espalda a Frank y se dirige apresuradamente a una oscura esquina de la habitación. Quita un par de mantas de encima de una silla y esta la acerca a la mesa –Venga Frank, sientate- le pide amablemente –seguro que tenemos mucho que contarnos.

Frank se sienta al lado del grandullón de Thorsten y apolla los brazos cruzados sobre la mesa. Su actitud es tranquila.

-Tenemos demasiadas preguntas que hacernos... –dice Emile serenamente, sin mirar a nadie. Como si no se dirigiese a a ninguno de los presentes.

-Pero creo que la mas importante de todas es ¿qué ha pasado? -Frank, mira uno a uno a todos aquellos tipos, como buscando su aprobación- Me refiero a que si hay algo a lo que tenemos derecho a saber, es eso.

Rob se sienta en un taburete de madera y niega con la cabeza -lo hecho, hecho está -dice- Ya no importa que provocó la explosión. Lo que importan son los hechos, a lo que nos enfrentamos día a día. El presente. Tenemos que buscar comida y algo de cultivo. Las latas de comida se acabarán en no mucho tiempo. Necesitamos algo permanente.

Emile vuelve a sentarse, coge el libro y se pone a leer -Ya encontraremos semillas o algo, Rob -dice despreocupado- es cuestión de buscar un poco y de movernos, no anclarnos en este silo de mierda.

-¿Y que me decís de vosotros? -pregunta Frank- ¿de donde habeis salido y como habeis sobrevivido?

-Pura suerte, chico -le dice Emile guiñándole un ojo- como todo en la vida.

Nosotros nos dedicabamos a la venta de cocaína, y tuvimos la fortuna de estar dentro de este silo haciendo un negocio justo cuando ocurrió el cataclismo. Tuvimos mucha suerte de estar en este sótano, que usábamos siempre que teniamos una venta por estar en mitad de ninguna parte, donde nadie pudiese dar el chivatazo.

Rob y Vanzetti eran nuestros compradores... actores a los que les gustaba empolvarse la nariz de vez en cuando.

Thorsten es mi socio. Las ganancias iban a medias, pero eso ya no importa ¿verdad? -mira a Thorsten sonriendole.

-¿erais actores? -pregunta Frank.

-Si, haciamos lo que podiamos -responde Rob- Lo tengo todo grabado en el coco; bajamos aquí y Emile puso un sobre lleno de coca sobre la mesa. Le hice un gesto a Vanzetti para que sacase el dinero y le pagara, pero no le dio tiempo. Tal y como se echó la mano al bolsillo todo empezó a temblar y un ruido endiablado, como un rugido, empezó a sonar.

Cuando todo dejó de vibrar subimos arriba, al silo. Nadie se atrevia ni siquiera a abrir la puerta, de modo que miré por la ventana y habia tanto polvo o humo o lo que fuese suspendido en el aire que no se veia absolutamente nada. Todo era gris.

Al cabo de un rato se disipó, y el panorama que nos encontramos detrás de aquella niebla es el que aún tenemos.

La comida del futuro (Capítulo 1: no mas rutina)

Cuando miré por la ventana me pareció una mañana de verano preciosa. Estaba amaneciendo y la brisa veraniega acariciaba mi torso desnudo frente a la ventana abierta.

Estos días los disfrutaba al máximo. Era domingo y no tenia que trabajar. Nada de oficina, nada de papeleo, nada de gomina en el pelo y nada de traje y corbata.

Por cierto, me llamo Frank McFuller.

Soy de esa clase de personas que disfrutan de su trabajo y eso es porque no es un trabajo realmente duro. Yo solo me siento en mi despacho, arreglo papeleo si es que lo hay y recibo a gente que no conozco de nada.

A veces es un coñazo pero nunca es duro, y eso es lo que hoy día se valora.

Estudia o tendrás que trabajar en la construcción, y no como arquitecto sino como peón.

Estudia o acabarás trabajando y dejándote las manos en ello.

Esas frases eran habituales en mi casa cuando yo era un niño y no eran pocas las veces que pensaba: joder... que mal visto está trabajar.

Y ahora, con 31 años no tengo mas remedio que pensar, dada mi posición laboral que verdaderamente se está cómodo en un despacho con el aire acondicionado puesto y si te lo montas bien hasta la tele, pero por Dios ¿qué pasa con los obreros? Lo que está mal visto hoy dia no es trabajar.... lo que se rechaza e infravalora es trabajar de verdad, justo lo que yo no hago. Y me asqueo a mi mismo muy a menudo por llevar esta vida para la que se me ha mal educado.

Con la experiencia aprendes que no es mas trabajor quien mas horas pasa en el trabajo, sino quien mas se deja las manos en ello. Eso a mi juicio es algo obvio, pero la conciencia social no lo ve así. Respetan mas a un señor con traje y corbata que a un albañil o mecánico.

Pero nada de eso importaba en este momento. Era domingo, era verano e iba a disfrutar de mi repugnante y repelente forma de vida. Ese día si.

Tras asearme y ponerme algo de ropa decente bajé a la calle para comprar el pan. Tengo una forma de vida cómoda pero por algún motivo no tengo sirvientes (entiendase esclavos) que hagan tal cosa por mi.

Al abrir la puerta del bloque de pisos donde vivia me sobrevino un escalofrio solo de pensar la clase de gilipollas en la que me estaba convirtiendo. Un chico joven y adinerado. Totalmente independiente. Oh, por favor... que patético. ¿Porqué no te rompes la boca contra una farola y masticas tus propios dientes? –me pregunté a mi mismo.

Pero quizá lo que mas me aterró fue ver como el horizonte se iluminaba con una cegadora luz naranja amarillenta y el suelo empezaba a temblar bajo mis pies mientras un ensordezedor ruido a medio camino entre un rugido y un silvido me volvia la cabeza del revés.

Salir a comprar el pan nunca fue tan emocionante como aquella mañana.

Eché a correr en la primera dirección que me parecio oportuna y teniendo en cuenta la precariedad del momento creo que lo hice bastante bien.

Y no me pregunteis el porque, pero sabia lo que estaba ocurriendo... no el motivo pero si la situación.

En mi mente retumbaba constantemente la palabra “apocalipsis”.

No podria explicar porque razón cuando los cristales de las ventanas de los edificios empezaron a reventar por el temblor de la onda expansiva que se acercaba rapidamente yo me tiré al suelo, metí los dedos por los huequecitos de la tapa de una alcantarilla, la retiré y sin pensarmelo me metí en aquel agujero negro con rumbo a un oscuro rio de mierda.

Allí abajo me puse de pie empapado por aquellas fétidas aguas y busqué el borde del canal. Una vez hecho esto me puse boca abajo con la punta de la nariz tocando el cemento humedo y las manos cruzadas sobre la nuca.

El corazón me latía salvajemente, como si una mano en mi pecho me golpeara desde dentro para salir de el.

Allí esperé con los ojos cerrados mientras el estruendo iba aumentando y los murmullos y gritos de la gente se iban silenciando tan rápido como sea lo que sea lo que estuviese provocando aquello se acercaba.

Diez interminables minutos después me puse boca arriba lentamente y con mucha cautela. Miré la luz que entraba por la boca de alcantarilla por la que me habia tirado...

Silencio absoluto. Ni coches, ni gente, ni estruendo..... nada.

No necesitaba salir de allí para saber lo que había ocurrido. O mejor dicho, lo que acababa de comenzar.

Adiós a mi acomodada y patética vida. Puede que ahora la eche de menos.

Ya ha pasado casi un mes y todavia sigo sin saber lo que ocurrió y buscando algún superviviente entre las toneladas de escombros que antes eran mi ciudad. Mi hogar.

Podria hacer una lista interminable de las cosas que echo de menos.

Los atascos en las horas punta.

El barullo de gente arriba y abajo.

Un buen afeitado.

Las putas de esquina.

¿Y la comida? En ese aspecto no he tenido muchos problemas. Basta con acercarme a los restos de alguna tienda de alimentación y buscar entre las ruinas latas de conservas o bebidas. Eso si, solo una comida al día pues no sé si este nuevo ritmo de vida será eterno. Hay que ser precavido.

Las noches son lo peor. Demasiado silencio y facilidad para pensar.

Pienso en que estoy hasta el culo de radioactividad y no se si amaneceré vomitando mis entrañas humeantes. En ocasiones me parece oir gruñidos en la lejania.

Pienso en el futuro...¿hay futuro? ¿es esto el futuro? ¿qué queda?

Siempre has oido hablar del fin del mundo y futuros apocalipticos pero jamás te planteas tener que vivir en ese hostil futuro. Piensas: me da igua, no viviré para verlo, pero ahora todo es indescriptible. Desconocido y a la vez familiar. Vivo en el puto fin del mundo. He sobrevivido. Lo estoy viendo y no se que hacer. Todo lo que me preocupaba en la vida se desintegró.... y lo que queria tambien.

Pienso en si es posible que quede alguien vivo. Si yo me salvé tan facilmente puede que mas gente se las apañase para salir ilesos de todo este festival de fuego ¿0 no? De momento no hay nadie mas... al menos aquí.

Y no puedo dejar de pensar en que es lo que ha ocurrido realmente. No sé nada de esto...¿porqué esa explosión? ¿una bomba? ¿una prueba militar defectuosa? ¿un asteroide? ¿ merchandising a lo bestia de la película Armageddon? Todo es una gran duda.

Esa noche tengo un extraño sueño.

Estoy frente a la estatua de la libertad y levanto la vista lentamente para verla de abajo a arriba. A la altura de la cintura desvio la mirada a la derecha y veo la cabeza de la estatua tirada en el suelo. Arrancada.

Miro a la izquierda y para mi sorpresa veo lo mismo. De nuevo la cabeza está tirada en el suelo. ¿Desde cuando este monumento tenia dos cabezas?

Sigo mirando hacia arriba para contemplarla del todo y es entonces cuando me doy cuenta de que algo raro pasa aquí. La estatua tiene la cabeza en su sitio. Entonces me despierto.

Estoy acostado sobre un muro de ladrillos y cemento volcado en el suelo. El sol me está dando de cara y por eso me he despertado. Me cubro la cara con ambas manos mientras me pongo boca arriba y me incorporo de mi dura y primitiva cama.

Miro el reloj. Las 09:05 de la mañana..

¿Qué ha significado ese sueño? En otras circunstancias no le daria la mas minima importancia, pero en los tiempos que corren todo tiene importancia. Un sueño sin sentido a primera vista para mi es algo mas. Y si no tiene sentido me lo invento. De momento pienso que si no salgo de estas ruinas no descubriré jamás el sentido del sueño si es que lo tiene, claro.

Me he levantado con las ideas algo cambiadas. El mundo ya no tiene futuro, pero el mio está aún por escribir. En esta ciudad no tengo nada que hacer. Mi futuro se hundirá junto con el de esta urbe si no salgo de aquí cuanto antes y descubro lo que hay fuera. Ahora me toca sobrevivir... y la idea de momento no me disgusta. Debe haber mas gente viva.

No lo pienso mas. No tengo nada aquí. Nada. Empiezo a caminar hacia el norte, creo. No estoy muy orientado, cosa que se me tiene que perdonar por que nunca en mi vida he necesitado estarlo.

Recorro calles en busca de la salidad de la ciudad topándome continuamente con coches carbonizados en los que no ha quedado ni el esqueleto del conductor, locales y tiendas a las que parece que les hayan caido doscientos litros de gasolina ardiendo sobre la fachada. Ni me molesto en mirar el interior.

Sigo caminando por entre los colosales edificios, ahora muertos. Sin cristales en las ventanas y chamuscados, con casi todas las vigas al aire.

Las calles están llenas de ceniza, escombros, papeles y “cosas” de mediano tamaño que no alcanzo a identificar por lo quemadas que están.

Una de ellas parece un niño.

Unas dos horas después llego a la zona de los polígonos industriales. Ya estoy fuera de la ciudad.

Cruzo los poligonos sin detenerme a mirar nada. Los veo tan cochambrosos como antes de la ecatombe. Apenas noto la diferencia entre el antes y el después.

Voy pasando frente a grandes naves industriales con sus tejados de chapa medio caidos. Los caminos asfaltados que hay entre una nave y otra están llenos de basura, cajas de madera destrozadas, papeles que revolotean por el suelo y cascotes de cemento.

Sigo caminando recto para cruzar el polígono y meterme en campo abierto, pero por el rabillo del ojo veo algo moviéndose junto a un contenedor de basura. Un perro sale de detrás con la cabeza gacha, pero en cuanto se percata de mi presencia la alza con los ojos muy abiertos. Se queda inmóvil, mirándome fijamente con el rabo quito.

Parece un pastor alemán por el tamaño y el hocico, pero no por el pelaje ya que carece de él. Su piel es una gran costra renegrida y seca. Está quemado.

Yo estoy a unos siete metros de él, pero seguro que huele mi miedo. Si no mueve el rabo es mala señal.

Efectivamente, el animal empieza a correr hacia mi chasqueando sus garras contra el asfalto y mezclando ese sonido con el de sus jadeos y el eco que se produce al estar entre dos grandes naves industriales.

En vez de correr me quedo quieto esperando el impacto. Pongo mis manos abiertas a la altura del pecho y con las rodillas semi flexionadas. Cuando el perro se avalanza le sujeto el cuello impidiendo que sus fauces me alcancen. Caigo de espaldas con el furioso animal encima mia, arañandome con sus garras en el vientre y los muslos. Noto la gran fuerza que ejerce sobre mí mientras da dentelladas al aire en su intento por arrancarme la cara o al menos algún trozo de carne. Me fijo en sus labios contraidos por la funesta quemadura que le hace tener constantemente los dientes al aire. Uno de sus ojos está cerrado y cubierto por una capa de pus amarillento y seco. Su caliente aliento impacta en mi cara a cada gruñido.

Miro a mi derecha y veo lo que parece ser una matrícula oxidada y retorcida. Descuido un instante el cuello del animal alargando el brazo para recoger la matrícula mientras le sujeto el cuello con una sola mano y tan pronto como tengo el trozo de latón comienzo a atizarle en la parte superior del cráneo con el borde. A cada golpe hago pequeños cortes en la oscura costra dejando ver la carne rosada en contraste con la negrura de la reseca piel.

La sangre se desliza hasta metérsele en el ojo sano al animal. Es entonces cuando sacude la cabeza para librarse de tan molesto inconveniente y yo aprobecho ese instante de tregua para ponerle una de las esquinas de la matricula en el cuello, presionar con toda la fuerza que me es posible y hundirsela hasta que comienza a chorrear sangre y el perro cae de lado entre espaspos y gruñendo aún así.

Me quedo bocaarriba manchado de sangre, jadeando, con los brazos extendidos en cruz y los ojos cerrados. Un breve momento de paz antes de seguir mi camino y abandonar la ciudad.

La comida del futuro (Capítulo 0: Dios)

La cerradura me saluda con un crujido cuando meto y giro la llave para entrar en mi despacho.

Enciendo la luz.

Fuera del edificio aún no ha amanecido, pero los tonos rosas y naranjas que se dejan entrever en el horizonte anuncian un amanecer inminente.

Me siento en mi mesa de acero inoxidable y saco del cajon la carpeta con todos los documentos y archivos sobre el proyecto Bogart. Lo bautizamos así por una gilipollez que explicaré en otro momento.

Todo estaba listo, al menos eso me queria parecer... aquello iba a ser un gran disparate, pero sino tomábamos cartas en el asunto los muy cerdos del CBE (control de basura espacial) nos iban a comer por sopas y eso es algo que ni yo ni mis superiores ibamos a permitir.

Teniamos claro que habíamos metido la pata cuantiosamente al enviar al espacio a ese gran mastodonte, el Luna 74, una gran nave exploradora que dejó de funcionar hace años y que su inmenso motor movido con energia nuclear altamente nociva suponia un peligro... al menos mientras estuviese en la tierra.

No quisimos correr riesgos y lo enviamos a la infinidad de la galaxia, donde no molestaria a nadie. Bueno, eso creiamos.

Los imbéciles del CBE se enteraron de todo el asunto y pusieron el grito en el cielo diciendo que el cadaver del Luna 74 era un peligro, una bomba buscando un lugar al azar para estrellarse y arrasarlo todo.

Puede que tuviesen razon, pero si en vez de cabrearse y dejarnos en ridiculo delante de toda la puta humanidad nos hubiesemos aliado y hubiesemos financiado a medias un proyecto para volar por los aires el Luna 74 antes de que ocurriese ninguna desgracia ahora no estariamos en guerra con esos chupatintas ecologistas.

Hoy dia la ecologia y la limpieza del universo está de moda, por eso soy consciente de que el CBE tiene todas las de ganar y que todo el mundo les va a apollar hagan lo que hagan siempre y cuando sea para jodernos.

Nosotros hemos hecho grandes cosas por la humanidad. Hemos enviado naves espaciales a lugares de la galaxia nunca antes vistos. Hemos descubierto nuevas formas de energia para sustituir a las actuales si llegan a agotarse... todo eso no vale nada. Mandamos un poco de basura nuclear al espacio y se nos tiran a la yugular.

El CBE ha conseguido que nadie quiera financiar nuestra empresa. Nadie quiere ya apollarnos para continuar una carrera espacial con un futuro verdaderamente esperanzador. Nosotros, la Unión Cosmos, somos completamente prescindibles hoy dia... cosa impensable hace unos años.

No digo que algunos de nuestros recursos o actos a la hora de desempeñar nuestro trabajo no haya sido peligroso en ciertas ocasiones, pero hemos hecho mucho por la investigación y la ciencia como para que un grupo de ecologistas amargados nos hundan por culpa de un pedazo de basura.

Y de todo este tremendo culebrón surge el proyecto Bogart, con el que vamos a protestar contra el CBE y todos esos desagradecidos que pagan nuestras investigaciones haciendonos un corte de mangas de proporciones biblicas....

Por supuesto los trabajadores de la Union Cosmos no estaban a favor de tal castigo. No les culpo por ello... comprendo que tengan miedo. Al principio lo vieron mas como una tactica intimidatoria que como un ataque en toda regla. Cuando descubrieron lo que realmente era me tacharon de loco... tampoco les culpo por ello.

Pero es algo que tengo que hacer; el proyecto Bogart no se puede evitar. Es necesario. Por eso esta noche, mientras todos trabajaban he sellado las puertas del edificio y los he gaseado con fosgéno. En poco tiempo estaban todos muertos.

Ahora estoy aquí sentado en mi mesa de acero inoxidable, con los extractores de aire terminando de limpiar este lugar. Soy precavido y no me he quitado la máscara anti-gas (la cual no hace muy buen juego con el traje y la corbata) por si aún queda algo de esa mierda en el aire.

Ya no hay vuelta atrás... se quejaban por un puñetero motor nuclear defectuoso flotando en el espacio y no se dieron cuenta de que en la Union Cosmos tenemos decenas de esos motores en buen estado. Y no suponen ningun peligro a no ser que sean sometidos a una sobrecarga eléctrica que sobrepase el 60% de su capacidad. Justo lo que voy a hacer para que esto no vuelva a ocurrir. Volaré por los aires todos esos motores y la explosión será tan gigantesca que aparte de carbonizar medio planeta modificara el eje rotatorio de la tierra, lo que supondrá, asi lo espero, la extinción de toda forma de vida.

¿Quién sabe? Puede que me esté pasando un poco... esos cabrones del CBE me han puteado tanto que hace dos semanas que no tomo la medicación que me mando mi psiquiatra... ya nada me importa excepto tener yo y solo yo la última palabra en toda esta farsa llena de hipócritas que fingian agradecer a la Unión Cosmos su trabajo y dedicación.

Ahora ya es tarde.

Si, suena un poco megalómano, pero el fin del mundo está en mis manos y es mi decisión que este acabe ya.

Adiós a todos.

Continuará...

Cartas del Diablo

Con cinco años casi recien cumplidos, Carlos se entretenía dibujando paisajes y divertidas figuras en aquel desgastado bloc de dibujo que al ser visto por sus padres y familiarias levantaba admiración por el talento creativo del chico y la calidad y belleza de los dibujos, dada su corta edad.

Todos los días cogía un lapiz y comenzaba a crear personajes en el papel. Personajes sonrientes, alegres y coloridos; al igual que esos bonitos paisajes llenos de árboles, riachuelos y hermosas colinas.

Su fuente de inspiración era básicamente lo que veia, por ejemplo, al venir del colegio hasta su casa. Un gatito, una flor, una mujer llevando de la mano a su hijo... A veces incluso dibujaba escenas de algo visto en la televisión, en algún programa o en alguna serie de dibujos animados.

Llevó esta afición a cabo hasta los nueve años, pero algo ocurrió un día.

Como otras muchisimas veces, Carlos se agachó para coger uno de los blocs que guardaba con cariño en un cajón de su armario pero, puede que por la experiencia adquirida durante todos esos años, nada mas tomarlo entre sus manos supo que algo no iba bien.

Las tres primeras hojas estaban llenas de dibujos; los últimos dibujos que había hecho. No obstante las hojas cuarta, quinta, sexta y así consecutivamente hasta llegar a la última hoja estaban tambien usadas... pero no era obra de Carlos.

En esas otras páginas podian leerse extraños manuscritos en un idioma desconocido para el chico, así como imágenes toscas, oscuras y sucias que los rodeaban y adornaban.

Imágenes que si bien no las llegaba a entender del todo si sabía que lo representado allí era motivo de preocupación. Imágenes y textos firmados por el mismísimo Diablo.

Con lágrimas en los ojos, Carlos cerró el bloc temblando. Jamás se había sentido tan mal, y una sensación de culpa y terror le recorrió todo el cuerpo.

Por unos instantes pensó en quemar aquel maldito cuaderno de dibujo, mas no tardó en imaginar las consecuencias de su acto pues estaba tratando con Satán.

Volvío a enterrarlo en el cajón y salió de su cuarto queriéndoselo contar todo a sus padres...pero unas preguntas sin respuesta bombardeaban su cabeza, ¿qué pensarian sobre aquello? ¿Le creerian? ¿qué hace un niño de escasos nueve años recibiendo cartas del Diablo?

Quizá ya era tarde y su joven alma estaba condenada eternamente a sufrir.

Pasarón los días y sus padres se empezaron a inquietar por la actitud de Carlos. No comía, apenas hablaba, se despertaba en mitad de la madrugada gritando y llorando...

Por supuesto dejó de dibujar. La sola idea de volver a ver aquellas oscuras y tenebrosas ilustraciones le hacían palidecer y estremecerse. Quiso olvidar aquello como buenamente pudo, pero le era imposible ignorar lo que guardaba en aquel cajón. Un cajón que custodiaria por siempre las cartas del diablo y que por mas que quisiera ya no podría desprenderse de ellas.

La época de los dibujos hermosos había concluido.

FIN

domingo, 8 de junio de 2008

El viajero de la tormenta

Aquella noche me acosté mientras a fuera, una fina pero decidida lluvia comenzaba a dejarse caer.

Dos horas mas tarde, sobre las 02:15, de la madrugada me desperté debido al estruendo de un trueno y al fortísimo rugir de las infinitas gotas de agua que se precipitaban contra la calzada formando en el aire una cortina translúcida que bailoteaba a la luz de las farolas.

No exagero si digo que durante mas de media hora me era imposible ver dos metros mas allá de mi ventana por culpa de aquel diluvio que nublaba la vista.

Cada pocos minutos el oscuro cielo nocturno se iluminaba con un cegador rayo, y a continuación procedia a gritar el trueno, lanzando a la tierra un terrible bramido salvaje que en más de una ocasión hizo vibrar los cristales de las ventanas.

Los canalones de los tejados, cuyas bocas bajaban hasta la misma acera, escupian un caño de agua, que convertian la calle en un veloz y ondeante riachuelo.

Vi pasar corriendo a un muchacho, chapoteando y hudiéndoseles los pies en el agua a cada paso que daba. A pesar de llevar el paraguas abierto, toda su ropa estaba empapada. Deduzco que la tormenta le cogió por sorpresa. Nadie sale con un temporal como este. Nadie.

Allí estaba yo, en el umbral de la ventana y observando cuán hipnotizado la terrible tormenta que no me dejaba conciliar el sueño.

No parecia remitir lo mas mínimo. Se resistia. Aún tenia algo que decir.

Otro rayo imponente cruzó el cielo como una gigantesca garra luminosa llena de finos dedos. Segundos después habló el trueno, mas intenso que ninguno de los vistos hasta ahora. Debió caer cerca ese rayo, pués se escuchó un basto ruido metálico justo al silenciarse el trueno.

Fue entonces cuando se apagaron todas las luces de la calle. Farolas y casas se quedaron a oscuras, incluyendo mi piso.

Pero allí, en la penumbra, continué acompañando a la tormenta hasta que el sueño me pudo, cerré la ventana y me acosté esperando que pudiese dormirme. Así fue.

Dicen que después de la tormenta llega la calma... esta vez no llegó.

A la mañana, cuando desperté, oí murmullos agitados y de toda clase en la calle.

Miré por la ventana y me extrañó ver a tanta gente fuera de sus casas, algunas incluso con el pijama puesto aún. Era un barullo de personas confusas que se hacian preguntas e iban arriba y abajo hablando con unos y otros.

Había un nerviosismo y una tensión en el aire que casi podría ser acariciada con la mano.

Ya no llovia, pero el cielo estaba encapotado y una espesa masa de nubes negras amenazaban con repetir el caótico espectáculo llevado a cabo durante la noche.

Me vestí rapidamente y me peiné con la mano.

Nada mas abrir el portal y salir a la calle, una mujer se me echó encima medio llorando. Parecía completamente desorientada, con los ojos casi fuera de las órbitas. Apresurada me esquivó y continuó a paso ligero y torpe hacia donde fuese. Vi que se tropezó al momento con otra mujer, a la que esquivó con igual destreza.

Ví a hombres y mujeres inquietos, zigzageando como hormigas calle arriba y calle abajo, buscando información, intentando despejar dudas. Misterios, incógnitas en mi caso.

Al fondo de la calle pude distinguir un coche de la policía local y mas allá una ambulancia.

-¿qué ha pasado? –pregunté a un vecino que pasó por mi lado sin fijarse en mí.

-Mejor que vayas a verlo tu mismo... o mejor no lo hagas. Ha sido cosa del Diablo; no hay otra explicación.

Las palabras de aquel hombre me helaron la sangre a la vez que despertaron mi curiosidad. Algo mas que una tormenta habia azotado a la ciudad durante la noche.

El hombre se alejó sin decir nada más, y yo me encaminé hacia el extremo de la calle, donde estaba el coche de policia. Dos agentes hablaban con los vecinos, que se agolpaban encima de ellos queriendo decirles algo, todos a la vez. Inquietos. Asustados. Veian en aquellos dos policias a sus profetas. Sus salvadores.

Miré aquella escena sin determe y pasé de largo. Unos quince metros mas adelante estaba la ambulancia frente a un bloque de pisos, con mas gente alrededor.

Lo que ví allí era perverso y grotesco. No creo que por muchos años que pasen pueda olvidar tal macabra creación.

Ví rajas de varios centímetros de profundidad en las losas del a acera. Tres rajas paralelas, como si una tremenda garra las hubiese hecho. Se extendía de forma irregular a lo largo de las dos aceras, llegando a atravesar la calle de lado a lado.

El asfalto estaba lleno de grietas y había muchos trozos arrancados como porciones de tarta. Cada uno mediría metro y medio de largo mas o menos.

Otro coche de policía llegó, aparcando cerca de mi.

Entonces miré la fachada del edificio, buscando encontrar mas anomalías... y las encontré. No podía creerlo. Tuve que retroceder algunos pasos para poder abarcar con la vista aquella imagen.

Una imponente, tosca y gigantesca figura dibujada a lo largo de toda la fachada. Un dibujo de unos treinta y cinco metros de alto, hecho con lo que me quiso parecer sangre ya seca y renegrida.

Parecía la silueta de un ser humano, hecha con trazos infantiles y sin ningún tipo de detalles o facciones. Me fijé en que estaba rodeada de otras figuras mas pequeñas, garabateadas y sin sentido.

Vi goterones y salpicaduras de sangre senca en la acera.

Ahora comprendía la confusión que reinaba aquella mañana nublada y húmeda.

Y poco me ayudó oir decir a los dos policías que instantes previos habían llegado, que un chico muerto había aparecido allí cerca y que su cadáver estaba esparcido a lo largo de tres calles.

Entonces supe que algo vino con la horrorosa tormenta de aquella noche.

Gracias al cielo no se quedó. Tan solo venía de paso.

FIN

domingo, 25 de mayo de 2008

El extranjero

Si entrase en el vehículo y este no funcionara sería el final, la bestia lo masacraría ahí dentro. Aún así es necesario intentarlo.
El maldito engendro ya está en pie y el corazón de Roger late con una intensidad endiablada. Casi se oyen los latidos desde fuera y sus zumbidos golpean el pecho como un tambor.
Entra en el coche tan rápido como humanamente puede.
No hay conductor, solamente algunos salpicones de sangre y grietas en el parabrisas. Acelera y da marcha atrás. El corazón de Roger parece calmarse levemente tras ver que al menos eso ha salido bien.
Pone rumbo a la ciudad y por el espejo retrovisor ve al monstruo en mitad de la carretera contemplando como se aleja. No se molesta en perseguirlo, ni Roger en dar la vuelta para atropellarlo.
Parece que el combate ha concluido con cero bajas aunque con ambos heridos ya que mientras conduce se da cuenta de que en su antebrazo izquierdo tiene un arañazo que incluso a rasgado la manga de su pijama blanco. Nota el cálido tacto de la sangre acariciar su piel y descender asta la mano. Se lo habrá hecho la criatura cuando saltó sobre él.

Pese a lo poco apropiado que resulta para el momento lo primero que se le viene a Roger a la cabeza es ponerse algo decente de ropa al llegar a la ciudad. Luego piensa en el ser que acaba de ver y en su incierta procedencia... ¿de dónde ha salido? ¿qué es exactamente? ¿cuántos mas hay? Ni idea. No hay respuestas.
Atrás va quedando poco a poco el polígono y los problemas que pudiese acarrear mientras que la gran urbe se acerca. Allí todo puede ir a peor o a mejor, todo depende de la clase de criaturas que predominen. ¿Cabe la posibilidad de que un grupo de personas no hayan huido y se hagan fuerte en la ciudad mientras luchan por sus vidas? Probablemente no, pero sería justo lo necesario ya que sino es así Roger estará solo en una jungla de cemento.
Seguramente si se encuentra con alguien que no le sea útil lo matará sin dudarlo. Para él no es solo afición, es necesidad y principios, y es que el instinto homicida que corre por sus venas y le llevaron a esa institución mental no se borran por muchos años enterrado entre cuatro paredes y un techo. La mente humana es el elemento mas complejo del universo y una mente enferma puede llegar a ser un verdadero cúmulo de ideas distorsionadas de la realidad. En esta clase de mentes lo blanco se vuelve negro pero no solo en ese aspecto, también puede tomar una acción cotidiana y modificarla a su gusto.
De algún modo todas las mentes tienen cierto grado de enfermedad pero lo que nos salva de cometer los actos asesinos o sicóticos que dicta a veces es simplemente nuestra conciencia. En el caso de un asesino psicópata le es imposible no obedecer a esos arrebatos malignos ya que carecen de conciencia.

Por fin entra en la ciudad. Tal y como se esperaba no hay un alma en las calles iluminadas por las farolas y todo está en silencio.
Poco mas adelante la calle es bloqueada por una enorme barricada en llamas.
Ante la imposibilidad de seguir avanzando detiene el coche a los pies de la barricada y continúa andando.
Se siente nervioso ya que carece de cualquier arma para defenderse y lo cierto es que eso es bastante comprometido en unlugar sitiado como este.
Pasa por al lado de la barricada buscando una armería o algo parecido donde encontrar un arma pero aunque la encontrase sería muy difícil acceder al interior ya que las puertas estarían cerradas. Poco a poco va abandonando la estúpida idea de cambiarse de ropa. Le está viendo la boca al lobo y sólo quiere centrarse en eso.
Roger tiene la teoría de que lo importante no es como solucionar una situación, sino saber en que situación estás. Si posees la respuesta todo está arreglado. La solución viene por si sola, el mismo instinto de supervivencia te hace actuar del modo correcto para sobrevivir...por desgracia en rara ocasión sabemos cual es la situación en la que nos encontramos. Tiene otra teoría según la cual no hay que preocuparse de buscar respuestas u orígenes a un, por ejemplo, peligro que nos aceche. Lo único importante es saber salir airoso. Una vez pasada la tormenta ya nos podemos "preocupar" tranquilamente del origen de sea cual sea el mal que nos molestaba. De modo que ¿qué demonios importa la procedencia de esas alimañas? Lo primero es ocuparse de continuar vivo. Un puñado de años encerrado dan mucho que pensar, e ahí el origen de estas ideas.

Su melena negra ondula con la brisa nocturna que le acompaña mientras continúa avanzando con decisión por la calle. Hay muchos coches aparcados, contenedores tirados, a lo lejos parece oírse una alarma, boca calles oscuras en cuyos adentros puede aparecer cualquier cosa, y por su puesto también hay soledad. La ciudad ha sido evacuada y al parecer las criaturas también se han ido...o al menos eso parece. Puede que estén acechando desde las alturas; en los tejados y azoteas de las casas.
De momento las únicas compañeras de viaje son la incertidumbre y la duda. Unas auténticas zorras sobre todo si estás asustado.

Como de la nada un hombre sale de un callejón topándose con Roger violentamente. Los dos se sobresaltan y casi caen al suelo.
Ambos hombres se quedan mirándose fijamente unos instantes. En la cara del desconocido de dibuja un rostro alegre y amigable.
-¿quién eres? -pregunta ásperamente Roger.
-me llamo Lucio... ¿y tú?
Roger lo mira de arriba a abajo asegurándose de que no se trata de alguna criatura anómala.
-Me llamo Roger. No voy a andarme con rodeos...acabo de salir del psiquiátrico que hay en las afueras y lo cierto es que no se exactamente que es lo que ha ocurrido. Tu tienes cara de veterano así que explícamelo.
Lucio se seca el sudor de la frente con la palma de la mano y mira a Roger. Tras una breve pausa le confiesa:
-No lo sé. Lo cierto es que no tengo ni idea de donde han salido estas cosas. Solo se sabe que han aparecido de un momento a otro causando todo esto.
-¿Si? Eso no importa. ¿Sabes si las bestias siguen aquí?
El hombre mira a su alrededor nervioso.
-No lo sé...no sé nada. Llevo metido en un contenedor de basura al menos dos horas. Hace un momento que salí y me e encontrado con esto...esperé a que las fuerzas de seguridad aplacaran la situación, pero no queda rastro de nadie.
-Ya...es jodido -Roger le da la espalda y continúa caminando en la misma dirección que seguía antes de toparse con él.
-¡oiga! -grita el hombre- ¿a dónde va?
Sin volver la vista atrás Roger murmura -voy a donde pueda seguir con vida- se detiene y se da la vuelta- ¿tienes un arma? -pregunta.
-Pues...no, ya te e dicho que llevo horas metido en un contenedor.
-¿Sabes? ¡Esta conversación se me antoja un tanto patética! -grita Roger desesperado- ¿Acaso no hay alguien más en esta puta ciudad? No, por lo que veo solo queda con vida un pedazo de basura andante.
Lucio se queda mirándolo con los ojos muy abiertos y sin saber que decir exactamente. No sabe si replicarle o cerrar la boca y dejar pasar todo. Tratándose de un tipo que acaba de salir del psiquiátrico sin el consentimiento de un especialista lo mejor será dejar la cosa como está.
-bien lucio -dice Roger serenamente- quiero que me acompañes. Ya que eres lo único que hay tendré que resignarme.
-Está bien, no hay problema -responde Lucio con las orejas gachas.
Empiezan a caminar por donde indica Roger sin mediar palabra.
Aparte del miedo tampoco se encuentran muy cómodos con la compañía que se están haciendo mutuamente.

Pocos metros recorren por la extensa calle antes de ver algo a lo lejos. Es un bulto que recuerda al que vio Roger cuando salió de su celda.
Está situado frente a una oscura bocacalle. Parecería un cadáver de no ser por que se mueve. Efectúa lentos movimientos con sus piernas y parece intentar arrastrarse con ayuda de sus brazos. No hace ningún sonido; ni lamentos, ni gritos ni respiración fuerte. Nada.
Ambos hombres se detienen a varios metros del herido. Roger entrecierra los párpados mientras lo ojea desde lejos -aquel tipo sigue vivo- afirma.
-Ayudémosle maldita sea -dice Lucio con una sorprendente convicción.
-De eso nada. Ya tenemos bastante al cargar con nuestras vidas.
Súbitamente aparece una de las criaturas por la bocacalle. Anda a cuatro patas y se oyen los chasquidos de sus garras al apoyarlas en el asfalto de la calle. Se acerca al herido mientras este intenta defenderse moviendo brazos y piernas con algo de mas velocidad.
El monstruo le muerde la garganta por la parte de alante y aprieta sus mandíbulas a mas no poder. La cara de su víctima se contrae de dolor y al ponerse tensos sus músculos faciales se le deforma.
Un sonido ronco sale de la boca de ese pobre hombre cuando la bestia le saca la tráquea por la garganta. Su boca comienza a llenarse de sangre que le chorrea por las mejillas y el resto de la cara y se le mete también por las fosas nasales. Muere asfixiado por su propia sangre.
La bestia mastica la carne mientras la va tragando y sus fauces gotean sangre.
Justo al lado de la macabra escena hay un coche aparcado. Una de las puertas se abre violentamente mientras estallan los cristales de la ventanilla. Del interior del coche sale otro engendro atraído por la sangre. Se acerca gruñendo a su compañero, ocupado de su banquete y que al parecer no le molesta tener a un anfitrión mas en su mesa. Los dos se ponen a devorar el cuerpo.
De la oscura bocacalle surgen otros dos monstruos iguales que los demás. Con sus rostros sin ojos y esa gran boca sin labios situada casi en mitad de la cara. Todos van a comer del cadáver.
Aparece un cuarto monstruo. Este cae desde el tejado de una tienda sobre sus cuatro patas, igual que un felino. También se acerca al banquete.
-Larguémonos de aquí, aún no nos han visto -dice Roger en voz baja.
Los dos hombres dan media vuelta para buscar un camino más seguro pero entonces, nada más girarse se percatan de que una de las bestias les está acechando desde atrás, subida en la barricada ardiente. El fuego parece no afectarle demasiado, aunque por los movimientos que hace mientras desciende por la barricada da la sensación de que lo intenta evitar.
Una vez abajo empieza a correr hacia Roger sin previo aviso.
Lucio queda paralizado ante las violentas embestidas que realiza contra su compañero de fatigas al mismo tiempo que este empieza a huir hacia la barricada.
No tarda en ser alcanzado por el monstruo justo a los pies del montículo.
Roger agarra la cabeza del monstruo por ambos lados intentando que sus fauces no alcancen su cuello pero la situación está en su contra ya que mientras la criatura forcejea con él una de las garras de una pata se le va clavando poco a poco en el muslo.
Es en ese momento cuando Lucio estampa un casquete de cemento contra el lomo del agresor, el cual se derrumba unos segundos, instantes que Roger aprovecha para recoger una estaca en llamas e incrustarla en el cráneo del ser.
Tras muchos espasmos la bestia muere.

El resto de criaturas se han percatado de los dos intrusos que acaban de asesinar a uno de sus compañeros de caza. Dejan atrás los despojos de su comida y comienzan a acercarse a gran velocidad. Se oyen los chasquidos de las garras al tocar el asfalto.
-¡mierda! -exclama Roger echándose a correr cojeando de su pierna herida sin pensárselo dos veces mientras Lucio, instintivamente, sigue sus pasos.
La huida se hace frenética al sentir como las bestias les van comiendo terreno ya que para ellas no hay obstáculo alguno y se mueven con una agilidad increíble, parece que sus garras se adhieren al suelo. Ninguno de los dos hombres mira atrás, tan sólo corren con toda su alma; la adrenalina les sale por los poros de la piel.
-¡súbete en el coche! -grita Roger a Lucio mientras se sube a toda velocidad en el coche patrulla que le trajo a la ciudad.
Una vez dentro dan marcha atrás chocando contra una farola.
Las bestias saltan la barricada en busca del vehiculo.
Roger acelera arrollando a un monstruo, el cual pasa por debajo de las ruedas quedando retorcido.
Otro de ellos salta encima del coche intentando abrir el techo a zarpazos pero lo único que consigue de momento es abollarlo.
El resto de monstruos queda atrás, junto a la barricada, contemplando como los intrusos se alejan.

Con todo, la bestia sigue encima del coche y por más giros extremos que realiza Roger al volante no consige hacer que se desprenda del techo.
-Vamos hijo de puta...sé que te quieres comer el asfalto -murmura Roger mientras luchas por quitarse de encima al ser.
Lucio no sabe que debe hacer...está blanco de pánico, pero no suficientemente asustado como para pensar un poco y deducir que quizá en la guantera de un coche de policía como en el que van haya un arma.
Con cierta dificultad debido a los violentos va y venes del vehículo alarga la mano y abre la guantera. Entre varios papeles que, por supuesto, no le importan nada de lo que sean encuentra una beretta sucia que Dios sabe por que estaría allí. Tal vez requisada a algún maleante o puede que para un uso poco ético por parte del agente de policía que la empuñó.
Sea como sea la cuestión es que ahora mismo está siendo dispara psicoticamente contra el techo del vehículo. Las balas salen por arriba destrozando las luces de la sirena e impactando dos de ellas en la bestia. Una alcanza la rótula haciendo que la pierna se parta en dos fácilmente y la otra impacta en un lateral del cuello abriéndoselo. Cuando se desploma malherido un reguero de sangre oscura cubre todo el parabrisas haciendo que Owen pierda el control y acabe estrellándose contra el muro de un viejo edificio.

Minutos después, cuando Roger recupera el sentido, lo primero que ve tras abrir los ojos es el parabrisas roto y a la criatura muerta sobre el capó, luego gira la cabeza hacia la derecha y se percata de que Lucio no está en el asiento del copiloto.
Aspira fuerte por la nariz para tragar la sangre que tiene en ella debido al golpe del accidente y le sobreviene un leve ataque de tos debido al fuerte sabor que deja la sangre al pasar por su garganta.

De repente se da cuenta del fortísimo dolor que siente en una de las piernas; la mira y se da cuenta de la herida que la bestia le causó en el muslo poco antes, pero que con la intensidad de la situación ni se había percatado.
Abre la puerta y sale del coche como buenamente puede ya que la herida le a hecho perder mucha sangre y está débil, pero aún así consigue salir afuera, casi arrastrando los pies sin poder levantar a penas las piernas para emprender el paso.
Nada mas salir del callejón en el que se a estrellado se encuentra a Lucio en un gran charco de sangre, con toda la ropa rasgada, casi desnudo y uno de sus brazos arrancado a la altura del codo, asomando el húmedo hueso entre los jirones de carne y piel; el otro está partido por varios sitios. Las piernas no han corrido mejor suerte; uno de los muslos, abierto desde la ingle hasta poco mas abajo de la rodilla mana sangre lentamente.
Tiene cortes y pequeños agurejos provocados por los mordiscos en todo el cuerpo, así como áreas sin carne alguna, dejando ver las capas de músculo y grasa. Los ojos hinchados y cerrados le deforman aun mas el rostro.
Su cuerpo visto a la luz de la luna parece una horrenda figura de cera sin rostro definido oscurecida por la sangre.
Roger se pone en cuclillas acercando su boca a la cara de Lucio.
-¿me oyes? -pregunta
-Pensé que... estabas muerto....intenté escapar -toma aire como si se asfixiara- intenté escapar... pero me alcanzó uno de esos bastardos -su voz es casi inaudible y lastimosa.
-Ya has tenido bastante -murmura el bueno de Roger mientras se incorpora.
Luego propina a Lucio, sin pensárselo dos veces, una fortísima patada en la cabeza que le parte el cuello y el cráneo.
Ni un grito, ni un espasmo. Simplemente deja de vivir.

De nuevo viene a la cabeza de Roger su teoría sobre saber en que situación estás y que, si es así, la solución vendrá por si sola...todo es instinto. No importa en que lío te hayas metido, sino el hecho de ser consciente del lío en el que estás...si no es así estarás perdido en tu propia confusión y el pensar que puedes solucionar algo de un modo que posiblemente sea el erróneo te lleva a equivocarte en un momento crítico.
La cuestión es que Roger está de pie frente al cadáver de Lucio mientras va siendo rodeado poco a poco, silenciosamente por varias criaturas que hacen chascar sus zarpas contra el asfalto.
Mira a su alrededor y lo ve todo. Ve que está rodeado. Ve que ya no hay nada que hacer. Oye los gruñidos de los seres.
Sabe perfectamente en que clase de situación está y lo único que se le ocurre es quedarse allí y esperar que todo concluya lo mas rápidamente posible.
La solución no llega... no llega por que no existe.
Son las 2:06 horas.

FIN